El asunto Cassez no es sino una pústula
más en el proceso generalizado de deterioro del Estado mexicano. Pero antes de
argumentar sobre esto, deseo adelantar algunas aclaraciones.
En primer lugar, no me refiero al
Estado teórico, al Estado que existe en los documentos de la nación, pues eso
es letra muerta frente a la voluntad política imperante. Discutir sobre esa
base, sobre lo legal, sería tanto como discurrir en un diálogo bizantino que no
tiene fin ni sentido. Hablo más bien del Estado real que usted ve actuante en
forma de gobierno en el día a día.
Si para el ciudadano común, y
hasta para buena parte de la opinión pública extranjera, resulta claro que la
principal causa de la criminalidad es la corrupción imperante en la clase
gobernante, y que de nada sirven leyes perfectas que no son aplicadas, ¿acaso
esto pasa por alto a los legisladores?
La verdad es que los legisladores
no solamente sabían que la medida no iría a dar resultados, sino que legislaron
tratando de hacernos creer que hacían algo para solamente ganar simpatías en el
vetusto sistema clientelar en el que trabajan. Y viendo las cosas así, ya hay
otra acción inmoral en el legislativo. Y la inmoralidad de esta acción es de
grado superlativo, porque no se debe a una cuestión de ignorancia, sino de
intención deliberada y aviesa.
En segundo lugar, aclaro también
que no me interesa entrar en el juego de opiniones en torno a si la Cassez es
inocente o no. Desconozco el caso en sus particulares y no estoy en condición
de emitir juicios racionales y objetivos sobre su culpabilidad o sobre su
inocencia. Creo que el juicio Cassez solamente me interesaría en el grado en
que la mujer debe ser tratada como persona y, en consecuencia, como un medio y
un fin en sí mismo. Más adelante entenderá usted por qué digo esto.
Y por último, con este apunte
solamente pretendo acercar algunas reflexiones en el tema para que el lector
concluya lo que tenga que concluir apegado a su razón, no a sentimientos ni a
dogmas.
De entrada, hay que decir que el asunto
Cassez tiene tintes tan absurdos como aquel célebre pasaje de la historia de la
Guerra de los Pasteles. Y es que alguna gente ya se pregunta: ¿cómo es posible
que un asunto judicial muy específico se se convierta en un serio problema
diplomático entre dos naciones? Bueno, pues todo parece indicar que ese absurdo
deviene de la misma naturaleza del Estado mexicano. Estando como está, inmerso en
una tempestad de dudas sobre la legitimidad del poder constituido, sobre sus
sistemas de ley y sobre la justicia en la repartición de la riqueza nacional,
resulta que nuestro Estado es absolutamente vulnerable en lo moral y en lo
político en cualquier frente internacional.
Para poner en términos vulgares
lo anterior, quiero decir que la posición de México en esta situación es muy
difícil por la misma condición de sus clases gobernantes. El papel del Estado
mexicano en este tipo de situaciones se parece mucho a la condición de un
libertino de fama pública que se presenta ante el Santo Oficio para abrir causa
de herejía contra su vecino. No necesito ser el cardenal Roberto Belarmino para
afirmar por adelantado que la causa estará muy cuesta arriba, si no es que
perdida. El motivo está a la vista.
Pero ese no es el meollo de mi
tema. El caso es que el mismo manejo del asunto Cassez es síntoma inocultable
del más completo desajuste moral en el Estado mexicano. Una pústula más en su
cuerpo, como dije al principio. Veamos esto por partes.
Hagamos caso omiso de Nicolás
Sarkozy y demos por sentado que Florence Cassez es culpable. Se le ha castigado
ya con sesenta años de cárcel y los habrá de purgar. A lo que sigue.
A Cassez se le castiga para que
repare los daños que ha causado a otros. Nada más justo y básico que eso. Y
aunque se pretende resarcir, los afectados estarán de acuerdo en que ningún pago,
ningún resarcimiento, ninguna satisfacción sentimental que pueda venir de ver
al trasgresor tras las rejas o sufriendo, será suficiente para reparar el daño
que el mismo ocasionó. En este ámbito, podría decirse que toda pena quedará
corta por donde quiera que se le vea. Pero aunque es de suyo comprensible esta
visión porque el afectado por el criminal es quien sufre el dolor del daño y es
el que lleva la pena de por vida, debemos también decir que no es muy objetiva
por obvias razones. Gran peligro habría si la gente empieza a visualizar la
cuestión de la justicia por la vía de la ley del talión.
Pero a Florence también se le
castiga, en teoría, con la vista puesta en metas deseables de corte social
donde ella también tiene un papel en el juego. Es decir, se le castiga pensando
en ella como medio y como fin. Y es que, por principio, la Cassez, no
importando su grado de maldad, no importando los daños que haya causado, ante
la ley no es una cosa, sino una persona. Como medio, esta mujer se convierte en
instrumento de la ley para disuadir a los demás sobre las consecuencias que
resultan de trasgredir el orden legal. Y como fin, Cassez se convierte en una
persona que necesita ser educada y reinsertada en la sociedad.
Y aquí, a la hora de arreglar
objetivamente este apartado del asunto, es donde empiezan a brotar las pústulas
del Estado mexicano. Pústulas que también dan ocasión a que los políticos franceses
atraviesen una discusión en el tema Cassez.
¿Alguien en este país puede
determinar objetivamente cuántos años merecía Cassez pasar en justicia dentro
de prisión? Para responder a esto con objetividad, es preciso quitarse
sentimientos de encima y determinar el resultado con la mente puesta en la
realidad objetiva y teniendo a Cassez presente como medio y como fin, como
persona, no como cosa. De otro modo, si nos dejamos llevar por los sentimientos
de animadversión o de simpatía hacia ella, por inclinaciones políticas
subjetivas, por nacionalismos, terminaremos en una batalla de la irracionalidad
por el mínimo y por el máximo de años, o hasta por la libertad inmediata o por
la condena a muerte.
Sé que podría pasar aquí años y
años esperando la respuesta objetiva de alguien, y la misma no llegará. Quizás
permanezca aquí en espera para cuando Cassez ya haya abandonado la prisión
dentro de sesenta años.
Pero recordemos que poco tiempo
ha que los legisladores de la nación determinaron incrementar las penas a los
delitos considerados de mayor importancia en los tiempos que corren. Uno de
ellos fue el apartado del secuestro. Nuestros legisladores cumplieron esta
tarea con un enfoque eminentemente utilitarista donde el principio básico
normativo era muy intuitivo y simple, sin mayor problema, entendible para
cualquier muchacho de secundaria: “a
mayor pena, mayor disuación”. Y, en ese derrotero de las cosas, fue natural que
estos señores cayeran a los extremos de máxima cuantía en las nuevas penas.
Hubo incluso algunos que se inclinaba por la pena de muerte sin más.
Supuesto el caso remoto de que
nuestros representantes sean gente honesta, bien intencionada y que hayan
agotado todas las instancias posibles para abatir la criminalidad, podría
pensarse que esta forma pragmática de operar las cosas cumplió a cabalidad y de
manera maximizadora con el principio fundamental del utilitarismo: “la mayor
felicidad posible, para los más” (en este caso, para todos, exceptuando a los
delincuentes reales y potenciales)
El problema con el enfoque
utilitarista es que es consecuencial y positivo en su espíritu. Es decir, para
que mi acción (legislativa en este caso) sea la correcta moralmente, yo debo de
tener con antelación muy bien determinadas (positivamente) las consecuencias de
mi acción. Y cuando digo esto, me refiero a que debo de tener en las manos los
resultados precisos que han de derivar de mi acción. Por el contrario, si no
tengo eso claro, si no tengo idea precisa sobre las consecuencias de mi acción,
mi acción es sencillamente irracional e inmoral.
Cabe aquí una pregunta: ¿Los
legisladores trabajaron para determinar objetivamente los tamaños de las penas
y los beneficios sociales potenciales que se iban a derivar a partir de las medidas
que aprobaron?
Yo no respondo por los demás. Que
cada quien derive lo que quiera. Pero como yo prefiero siempre ser muy
consecuente con la realidad que me rodea, y ateniéndome a la estrategia
maximizadora que usaron en el caso que nos ocupa, mi respuesta es un tajante
“No”. Los legisladores simplemente pensaron y actuaron con la lógica básica del
muchacho de secundaria que mencioné antes. Mi opinión entonces es que su acción
no es correcta, no es racional y es inmoral.
Mas, seamos suaves con nuestros
legisladores porque ellos no son precisamente gentes muy amantes de la
sabiduría. Concedamos con ellos porque no podemos pedirles mucho esfuerzo
mental. Y concedido esto, pasemos por el arco del triunfo el espíritu del
utilitarismo para decir que, aunque actuaron pueril y espuriamente, le pegaron
al clavo sin querer y que, aunque sin saber los resultados que se obtendrán,
todos estamos de acuerdo con el acto legislativo por un motivo igual al de
ellos: la corazonada. Digamos, pues, que su acción es correcta y esperanzadora,
mas no eficaz por el momento. Pero el problema es que, aun con esta concesión,
salta luego otra pregunta y sigue habiendo problemas con la consecuencia y
la objetividad:
Desde el punto de vista del
utilitarismo, tal como ellos suelen operan las cosas, sucede que la
determinación objetiva del fin que persigue toda acción obliga a identificar
con toda exactitud la verdadera naturaleza del fin, y de ahí la importancia del
conocimiento y la sabiduría en estos temas: si el fin es auténticamente un
bien, la acción es correcta; si es un bien que luego apareja mayores males, la
acción es incorrecta.
Para entender lo anterior, baste
citar la máxima bíblica que dice: “Hay caminos que al hombre le parecen
perfectos (de bien), pero al final son caminos de muerte” (de mal) Ejemplos
concretos sobran: el exceso en la bebida, la comida y otros placeres.
Pero además de eso, el espíritu
objetivo del cálculo utilitarista nos obliga a proponer fines realistas, sobre
todo cuando desempeñamos una función pública y hay muchos que dependen de
nuestras decisiones. Si usted considera que su mayor bien está en tener una
casa en el mejor sector residencial de la capital, pero no tiene el dinero ni
los medios para eso, pues sencillamente se está engañando a sí mismo. Si usted
es presidente de este país y establece que el fin de la nación es ser la
primera potencia mundial dentro de los siguientes 20 años, se está engañando y
está engañando a sus representados. En otras palabras, está cometiendo un acto irracional,
incorrecto, inmoral.
En cuanto a este punto, hagamos
la pregunta siguiente en lo tocante a los legisladores: ¿Estaban completamente
persuadidos, no digamos ya convencidos objetivamente, de que dicha legislación de
penas ayudaría a atenuar la criminalidad del país?
Otra vez usted responda a la
pregunta como se le antoje en base a razón. Pero yo sigo con mi congruencia y
adelanto un tajante “No”. Y respondo esto, por un simple hecho de sentido
común.
Pero no contenta nuestra clase política con aquello de
mostrarse completamente inmoral en su accionar hasta ahí, resulta que pasa
luego a cometer la mayor barbaridad, por no decir irracionalidad. Y digo esto
porque, no obstante que nadie tiene la respuesta objetiva a la cantidad de años
que con justicia debe pasar Cassez en prisión, se le da la máxima condena que,
a su vez, ha resultado de una decisión política fundada en un análisis
utilitarista rupestre y pueril. Una decisión que, además, en el fondo y por sí
misma, está destinada al más absoluto fracaso en virtud de que no atiende a la
verdadera causa del problema: la efectividad de la ley.
Siendo así las cosas, la señora
Cassez, de pronto, cae en un vacío y es tratada exclusivamente como un medio
del poder legislativo, como una cosa, como un instrumento de persuasión para
los demás. ¿Dónde está la Cassez que debe ser tratada también como un fin en sí
mismo, como una persona que debe pagar una pena justa y no al antojo de los
pareceres y conveniencias del momento, y que, además, debe ser educada y
reinsertada de nuevo en la sociedad?
Para tomar el real calibre de lo
que le señalé arriba, solamente le invito a recordar a Kant cuando nos dice con
una de sus reglas del imperativo moral que debemos tratar a todos y a nosotros
mismos como medios y fines, como personas, no solamente como medios o cosas. Y
cuando Kant afirma esto, lo hace al nivel de una conducta universal, aplicable
en todos los casos y tiempos.
Nadie defiende a
Cassez, vuelvo a insistir. Pero hay un grave problema de justicia con eso de la
indefinición y la no respuesta en el camino de la objetividad. La señora Cassez
está purgando una condena que fluye, no de una fuente objetiva en el derecho,
sino de una fuente demagógica de política con guías pueriles y vacías. Ese es el
otro problema en este asunto.
Cualquier ciudadano se daría por contento si el asunto
Cassez fuera un caso aislado, una ínsula gris entre un mar de aciertos en la
política. Pero, como dije al principio de este apunte, el asunto Cassez es una
pústula más en el proceso de descomposición general del Estado mexicano. El
asunto Cassez es una gota más entre un mar de acciones inmorales y carentes de
todo sustento objetivo en nuestra clase gobernante.
En el manejo de la cosa pública en México el estilo es así y
siempre ha sido así, al menos desde que el General Lázaro Cárdenas dejó la
presidencia dela República. Se hacen las cosas a tientas y a locas, a corazonadas,
a sospechas, como si la política se tratara de una suerte de técnica artesanal
barata; pero sobre todo, las cosas se hacen tomando como principio de acción un utilitarismo egoísta y
depredador cuya máxima única es: “El mayor beneficio posible para unos
cuantos”.
Y al tenor de esta charla, vale la pena recordar cuánta
razón tiene quien una y otra vez afirma
que la clase polítca en México está completamente podrida. Le sobra
razón para decir esto, pues la realidad está frente a los ojos de quienes no
desean engañarse. El ataque de los políticos franceses le da la razón por principio,
no por el caso en sí mismo, sino por el hedor de que se pueden valer los de más
allá de las fronteras.
Sobre lo del circo de este Estado depredador que padecemos,
ya habrá tiempo para espigar mucho.
Buen día.
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