Parte 2 de 4: El
reino de la mentira.
Si desea leer la primera parte de este
apunte, le dejo enlace a la misma. De cualquier forma, le ofrezco un resumen de
esa parte enseguida.
- Las encuestas electorales
en México dan, desde tiempo atrás, una ventaja amplia a Enrique Peña Nieto
en las preferencias electorales. Es una ventaja que, en promedio grueso,
oscila entre 15 y 25 puntos porcentuales sobre el segundo lugar – AMLO -.
En esto omitimos a las encuestas que recién ubican a Enrique con una
ventaja de diez puntos o menos, o en un empate técnico, con el segundo
lugar. Esto, porque los medios afines al priísmo, que son la mayoría, consideran
a estas encuestas como “sesgadas”.
- Lo anterior ha generado en
muchos mexicanos – un “muchos” que se cifra en millones - una suerte de
sentido paradójico de las cosas. En tanto que las encuestas hablan de una
ventaja de Peña Nieto sobre AMLO, estos mexicanos hablan de una ventaja de
éste sobre aquél, según sus tanteos sobre su realidad, que no es sino la
realidad de su sentido común – personas concretas en su entorno de
interacciones sociales -. Hemos llamado al asombro de estos mexicanos ante
los resultados de las encuestas electorales como: La Paradoja Peña Nieto.
- Estos mexicanos asombrados le
han negado a las encuestas electorales que dan lugar a la Paradoja Peña
Nieto toda validez como prueba empírica, y de ahí han pasado a estimar que
esta paradoja es solo el antifaz de una gran mentira armada por medios de
información y casa encuestadoras afines al priísmo.
- Es fácil simplificar
irresponsablemente la realidad de esos mexicanos asombrados para luego
colgarles el epígrafe de insensatos en virtud de negarle a las encuestas
que fabrican la Paradoja Peña Nieto su condición de pruebas empíricas. De
hecho, esta postura simplificadora es la que asumen los voceros mediáticos
del priísmo que pretenden sostener a esta paradoja como una verdad incontestable.
Sin embargo, sabemos que el rechazo de esos mexicanos asombrados hacia las
encuestas está fundado no solo en la percepción de lo paradójico de la
situación, sino también en cuestiones que atañen a la sustancia de nuestra
historia política; cuestiones que afectan negativamente la veracidad de
las casas encuestadoras en este país y que le otorgan a esa paradoja el
aire muy verosímil de una gran mentira mediática.
Advertencia:
Decía Aristóteles con gran verdad que es un
deber de todo hombre educado el buscar la mayor exactitud posible de las cosas
cuando la naturaleza del asunto así lo permite. De esta forma, pedir
demostraciones lógicas a un orador o a alguien que argumenta en cuestiones
éticas, sería tan absurdo como pedir que un matemático emplease la persuasión
para demostrar. Y añadía el Estagirita que lo único que el hombre puede hacer
en materia de ética - y política - es usar de su razón para atenerse al examen
de la experiencia individual y colectiva para encontrar ahí reglas prácticas
que puedan ayudarlo a caminar, no tanto hacia el conocimiento de la virtud y el
bien, sino a la construcción de ambas cosas en su persona y en el cuerpo entero
de la sociedad. Y lo cierto es que los resultados que se logren en estas
materias jamás podrán tener la misma certeza que las cuestiones propias de las
ciencias exactas.
No se piense que lo dicho por Aristóteles ha
perdido vigencia por su antigüedad. Las palabras del filósofo resuenan fuerte y
hondo en nuestro tiempo en las enseñanzas de Ortega y Gasset, con su apelación
al saber a qué atenerse, y de Santayana, con su no olvidar el pasado para no
repetirlo. Y le confieso que si usted me emplazara a determinar la mejor manera
de construir una sociedad virtuosa y feliz, no dudaría ni un instante para
ceñirme a lo que he apuntado antes, toda vez que es un método que ha demostrado
su eficacia siempre.
He advertido lo anterior para enmarcar
debidamente lo que sigue en esta segunda parte del apunte. De entrada, no se
trata de demostrar con pruebas concretas e incontrovertibles si las casas
encuestadoras dicen o no dicen la verdad y si la hacen valer siempre si es que
la tienen. Dejaremos para las partes tres y cuatro de este apunte esa
demostración. Así que lo que me interesa por el momento es apelar a la
experiencia contenida en nuestra historia y, en base a ello, responder a una
pregunta crucial, que es el tema de esta segunda parte, pero asumiendo la
postura de un hombre prudente, con sabiduría práctica, tal como se deben
resolver estas cuestiones: ¿Hay razones para otorgar veracidad a las casas
encuestadoras en este país?
De la respuesta a esta pregunta dependerá
nuestro juicio preliminar en torno a esos mexicanos asombrados que reputan a la
Paradoja Peña Nieto la condición de una gran mentira: o son unos insensatos,
como afirman los voceros mediáticos del priísmo, o son los mexicanos más
sensatos en estos tiempos que corren. Pero dicha respuesta dependerá de su
juicio personal sobre lo que apuntaré en esta parte dos, así como de lo que usted
pueda añadir con sus reflexiones personales.
La veracidad:
La verdad es la realidad misma de las cosas o
la correspondencia de las cosas con el pensamiento acerca de ellas. Lo
contrario de la verdad es el error. La veracidad, en cambio, es una suerte de correspondencia
de lo que se dice con la convicción honesta de quien lo dice, independientemente
de si lo dicho es error o verdad. En otras palabras, la veracidad es
equivalente a la sinceridad, la verdad moral, que es la concordancia entre lo
que se dice y se hace con respecto a la creencia en lo que es verdadero. De
esta manera, se puede ser veraz aun cuando lo que se diga esté en el error, pero
no se puede ser veraz si se es indiferente a la verdad o si no se tiene la
voluntad de decir lo que se cree es la verdad y sin importar las consecuencias
de esto. Así, la mentira es lo contrario de la veracidad.
La política en México según Tercer Grado: La
ciudad de Dios.
He creído conveniente empezar describiendo algunos
rasgos de la noción de política que comparten los voceros mediáticos del
priísmo, porque creo que ello nos ayudará a entender la naturaleza de esa artillería
de retórica falaz que apuntan hacia los mexicanos asombrados que le niegan la
condición de prueba empírica a las encuestas que construyen la Paradoja Peña
Nieto, para así poner a buen resguardo la veracidad de las casas encuestadoras
que han fabricado a esa paradoja.
Me limitaré a señalar algunas de las
cualidades de esa noción para que usted juzgue el asunto. Y señalaré con mayor
insistencia las cualidades por la vía negativa – por lo que no es -, porque
creo que así le resultará más familiar la cuestión. Seguramente usted habrá
escuchado lo que sigue en labios de esos voceros priístas en los medios. Y
advierto que si he referenciado dicha noción como hechura de Tercer Grado, no
es sino porque considero que los panelistas de dicho programa de “análisis” son
quienes han llevado tal noción al pináculo de su mayor esplendor imaginativo.
Bien, para los voceros del priísmo los grupos
sociales privilegiados en este país encarnan, por principio indemostrable, la
perfección moral, la beatitud, y por ello no hay lugar para que se atrevan a
avasallar a partido político alguno para usar de alguno de sus miembros
prominentes como presidente pelele a fin de intentar perturbar la justicia del
Estado en su provecho privado. Y dado esto, jamás podría verificarse el
bochornoso suceso de algún medio de difusión sirviendo a ese tipo de propósitos
privados y contrarios a la justicia. Luego, como no hay individuo alguno
dispuesto a sacrificar la justicia del Estado en aras de su provecho privado,
no hay posibilidad de que alguien esté dispuesto a conchabar las manos de los
encuestadores a fin de que alteren con sus estudios la realidad política para
beneficiar artificialmente, y a veces hasta con varios años de antelación a la
jornada electoral, a algún político con aspiraciones a presidente pelele. Y si
no hay demanda por este tipo de servicios de información torcidos, que por su
perversión moral no pueden siquiera confesarse en privado, entonces no hay
oferta de los mismos. Asunto cerrado.
Como puede ver el lector, se trata de una
noción que construye un mundo político cuajado de la beatitud de los primeros
tiempos de la creación. Se trata de un mundo político donde la voluntad libre
de los hombres se apunta en la dirección del bien y la verdad, y por ello le he
llamado La Ciudad de Dios. Y por supuesto que los voceros del priísmo asumen la
existencia de la contraparte de esta ciudad celestial, que es la Ciudad del
Demonio, y que es donde perviven todos aquellos hombres que apuntan su voluntad
hacia el mal y la mentira. En estricto sentido, los habitantes de la Ciudad de
Dios, entre los que están Peña Nieto, La Gaviota y Azcárraga Jean, son todos
aquellos que creen en las encuestas y su Paradoja Peña Nieto, en tanto que los
habitantes de la Ciudad del Demonio –entre los que se cuenta AMLO por decreto
televisivo - son todos aquellos mexicanos perplejos que reputan a dicha
paradoja la condición de la más grande mentira de todos los tiempos.
Así es como los voceros mediáticos del
priísmo discurren para poner a buen resguardo la veracidad de las casas
encuestadoras y sostener que poseen la verdad de las preferencias electorales y
que la hacen valer bajo cualquier circunstancia al costo que sea y así se ponga
en riego el futuro de su negocio.
Si las cosas fueran así en nuestro país, con
arreglo al plan imaginario de los voceros del priísmo, ni duda cabe que
tendríamos que concluir que todos esos millones de mexicanos asombrados que le
niegan toda credibilidad a las encuestas que fabrican la Paradoja Peña Nieto,
no son sino unos insensatos que, pese a vivir en un mundo moderno regido por la
ciencia experimental, y pese a referirse a la Ciudad de Dios, un mundo político
cuajado de veracidad, juzgan las cosas con la increíble ingenuidad de los
hombres del mundo antiguo.
Independientemente de si usted cree o no cree
en la existencia de esta Ciudad de Dios, de hombres beatos, debemos reconocer
que hay muchos mexicanos ingenuos que sí caen bajo el fuego de esta artillería
de la imaginación de los loros de los medios.
México y la gran banda de ladrones.
Los hombres se conforman a la necesidad de asociarse con otros de su
especie movidos, sobre todo, por la necesidad de dar satisfacción a su
subsistencia material. La ciencia económica está encaminada a satisfacer esa
necesidad. A su vez, la política se nos ha dado para hacer posible nuestra vida
económica en la cooperación y la convivencia pacífica sobre la base de un
arsenal de reglas de moral acordadas para tales efectos; reglas que, en el
contexto de una sociedad democrática, procuran al menos la igualdad de derechos
y obligaciones para todos. Pero si usted contrasta lo anterior contra los
hechos en nuestro país, entonces tendrá que concluir que, en nuestro caso, economía
y política han fracasado de manera rotunda y lastimosa.
En efecto, el saldo histórico del prianismo es el fracaso de la nación. Un saldo
histórico lamentable que puede ser desentrañado a través del más remiso y
modesto análisis crítico, y que, pese a las pretensiones del discurso prianista
por ocultarlo hipostasiando conceptos huecos como la estabilidad
macroeconómica, es por demás desfachatado y cínico en su elocuencia para todo
aquel que no quiere engañarse. Y no es necesario citar aquí una serie
exhaustiva de hechos que corroboran ese fracaso rotundo. Basta con tomar en
cuenta dos elementos de considerable importancia en este ámbito: una cuenta de
decenas de millones de mexicanos hundidos en la miseria económica y que crece a
más y mejor, y un entramado de relaciones sociales que se hunde en el pantano
pestilente de un egoísmo que termina por rebosar en violencia y muerte.
Difícilmente se puede objetar algo razonable contra lo anterior, a no ser
que alguien pretenda incurrir en el gran absurdo de pensar que economía y
política están encaminadas a procurar, en el seno de una sociedad de iguales,
la felicidad de unos cuantos a costa de la infelicidad de una mayoría.
Imposible argüir que este fracaso responde al error en la gestión del
Estado. Acudir a este recurso de expiación nos obligaría a asumir que la clase
política mexicana ha estado constituida desde siempre por una clase especial de
hombres y mujeres que, pese a su cualidad racional, y pese a su experiencia y
sabiduría teórica, son incapaces de dar en el clavo del bien público. Pero
asumir esto nos obligaría a suponer luego que los integrantes de esta clase
política han conquistado un nivel de estupidez inconcebible en el ámbito de lo
humano.
Imposible también traer a cuentas aquí el típico argumento de los factores
exógenos, fuera de control, para explicar este fracaso histórico al estilo de
Poncio. Argumentar de esta forma es pretender afirmar a la política como una
ciencia de lo imposible, del esfuerzo inútil. Y el que un político argumente de
esta forma equivale prácticamente a la negación de todo sentido a su propia
actividad profesional. ¿Acaso tiene algún sentido abocarse a una actividad que
implica un esfuerzo inútil, a la manera de Sísifo?
De esta forma, nadie que se tenga por cuerdo puede negar que el saldo
histórico del prianismo en economía y política es resultado de un plan consciente
cuyo propósito deliberado ha sido precisamente la expoliación de la gran
mayoría de los mexicanos y de los recursos de la nación a manos de una minoría
de privilegiados que bien podríamos llamar la Oligarquía de los Treinta;
oligarquía que ha sabido hacerse de las artes pecuniarias y políticas para
avasallar y poner bajo su primado a los partidos políticos oficialistas. Y en
este sentido, debe reconocerse que la naturaleza de dicho saldo histórico es de
carácter relativo. En efecto, se trata de un fracaso rotundo cuando medido en
sus consecuencias en relación a los expoliados, mas se trata de un éxito completo
cuando medido en relación a los fines de esa oligarquía expoliadora y sus
políticos avasallados.
En estas circunstancias, nuestro fracaso como nación no puede deberse sino
al hecho de que el Estado
ha sido gestionado desde siempre por una clase política prianista que se ha alejado
voluntariamente de los ideales morales que dan fundamento a toda democracia
moderna. Y en dicho alejamiento, esa clase política prianista ha optado por
ceñirse a un cuadro de valores invertidos que es propio de una banda de
ladrones, y cuyo eje de gravedad es el egoísmo a ultranza. Para clarificar lo
anterior, cito un texto de san Agustín de su obra La Ciudad de Dios - capítulo
IV, libro IV -:
"¿Qué son las bandas de ladrones sino
reinos en pequeño? Son un grupo de hombres, se rigen por un jefe, se
comprometen en pacto mutuo, reparten el botín según la ley por ellos aceptada.
Supongamos que a esta cuadrilla se la van sumando nuevos grupos de bandidos y
llega a crecer hasta ocupar posiciones, establecer cuarteles, tomar ciudades y
someter pueblos: abiertamente se autodenomina reino, título que a todas luces
le confiere no la ambición depuesta, sino la impunidad lograda. Y si de los
gobiernos quitamos la justicia, ¿en qué se convierten sino en bandas de
ladrones a gran escala?"
Para el vislumbre de las raíces de estas
palabras encajadas en nuestra realidad, basta con suplantar en el texto del
santo a la banda de ladrones con la Oligarquía de lo Treinta y sus políticos
avasallados, a los pueblos y ciudades sometidas con la gran masa de mexicanos
expoliados, y al reino instituido por la banda de ladrones con los regímenes
prianistas que han gestionado al Estado desde culminada la revolución y hasta
los tiempos que corren.
Y si la clase política prianista ha despojado
al Estado democrático de toda justicia al establecer un orden de cosas tal que
se vislumbra un trato desigual entre iguales, de una relación franca de
expoliación de una minoría privilegiada sobre una gran masa de miserables, ¿acaso
no es lo justo llamar a esa clase gestora del Estado mexicano por su nombre, es
decir, como una “gran banda de ladrones”?
El México real: una guarnición de mercenarios:
Desgraciadamente, esta perversión moral de la
clase política prianista ha terminado por rebasar los diques de su universo
para fluir como agente corrosivo sobre toda nuestra cultura, en todos sus roles
y pautas sociales. Y nada nos patentiza mejor esta descomposición moral que
mana desde la gran banda de ladrones que dos expresiones populares
estremecedoras por su crudeza:
- “El PRI y el PAN roban; pero a diferencia
del PAN, el PRI sí nos deja robar”.
- “Si los políticos roban, ¿por qué yo no?”
No son expresiones de nuevo cuño. Han sido
utilizadas por los mexicanos desde tiempo atrás. La primera de ellas saltaba a
la palestra cada vez que muchos mexicanos pretendían justificar su decisión de
apoyar la permanencia o la vuelta del PRI en la gestión del Estado, y ahora, en
los tiempos que corren, esa mima expresión se vuelve a sacar del armario para
justificar el retorno del PRI a la presidencia a través de la persona de
Enrique Peña Nieto.
Y una vez que el egoísmo rampante y vulgar de
la gran banda de ladrones ha rezumado por todos los flancos de nuestra cultura
para contaminarla, la sociedad mexicana ha terminado por convertirse en una
suerte de guarnición de mercenarios donde el cuadro de valores que guía la
conducta de muchos ciudadanos – no todos, por cierto – es semejante al de los caudillos
en virtud de que gravita en torno al egoísmo exacerbado. Y lo peor de todo es
que ese egoísmo ha terminado por pulverizar todo vestigio de conciencia social
y todo sentimiento humanista o de simpatía por el bienestar de los demás, y
donde la adhesión política del ciudadano suele normarse por las regla única del
grado de satisfacción de lo apetitos personales en el corto plazo.
El resultado final de todo este proceso de
descomposición moral es una sociedad mexicana sin espíritu de cuerpo, regida
por la ley del más fuerte o astuto, y donde no se puede predecir la conducta de
los demás por el influjo de una de las principales divisas del mal moral que
deviene con el egoísmo exacerbado: la mentira. En efecto, nada hay más
corrosivo o letal para la confianza y la previsibilidad en las relaciones interpersonales
en una sociedad política, que la mentira.
Desde luego que la gran banda de ladrones no
se puede quejar. Ha cumplido con una de sus más importantes misiones desde la
óptica de su especial cuadro de valores: formar ciudadanos egoístas que se aman
a sí mismos por sobre todas las cosas, y que, en consecuencia, suelen ser
indiferentes o hasta refractarios a la verdad.
Al cliente lo que pida:
Dejemos en claro que las encuestas
electorales no son un servicio público y gratuito. Las encuestas electorales
son un negocio legítimo de información. Y como tal, tienen un costo, un precio
y un mercado. Y ese mercado no está en los ciudadanos ordinarios, en usted o
yo, sino en los que pagan por dicho servicio de información: partidos
políticos, medios de información y demás organismos privados que guardan
intereses importantes en la cosa pública, y para quienes la información que
deriva de las encuestas es un insumo en la toma de decisiones o en el negocio
de vender dicha información al público de segunda mano y a cambio de un pago –
medios -.
Pero si quienes consumen las encuestas
electorales son demostradamente unos maestros consumados en el arte de mentir y
engañar a todo un pueblo, ¿acaso se abstendrán de solicitar encuestas
cuchareadas a su proveedores? ¿Y acaso se puede esperar que sus proveedores de
información electoral - las casas encuestadoras - se abstengan de acceder a
cucharear encuestas para hacer prevalecer la verdad que interesa al bien
público bajo cualquier circunstancia y a un a riesgo de perder en el negocio y de
ser desplazados hasta desaparecer del mercado?
Mal comerciante aquel hombre que pretende
vender reliquias milagrosas a nigromantes consumados, o vender biblias en
villas de corsarios, o vender información electoral veraz a un medio de
información o a un partido político cuyo giro principal es engañar al público. De
cierto que un comerciante así, que no satisface la máxima de “al cliente lo que
pida”, y que rige al comercio desde tiempos inmemoriales, corre en derechura a
su desgracia.
Comentarios finales:
Hemos visto ya que los hechos de experiencia
nos muestran que no existe la Ciudad de Dios que postulan los voceros
mediáticos del priísmo para justificar la Paradoja Peña Nieto, y que los
agentes sociales ligados a la cosa pública tienden a comportarse en ese ámbito
como una gran banda de ladrones, cuyos blasones orgullosos son el egoísmo y la
mentira. Hemos visto también que esa perversión moral de la clase política
prianista ha terminado por contaminar a toda nuestra cultura hasta convertir a
nuestra sociedad en una suerte de guarnición de mercenarios sin espíritu de
cuerpo y regida bajo la ley del más fuerte y el más astuto.
Si usted delibera estas cosas como lo haría
un hombre prudente, sensato, de cierto que buscará atenerse a la razón aplicada
a la experiencia. Y si usted ha de tomar la ruta de la sensatez buscando ser lo
más exacto posible, en la medida en que la materia lo permita, no me queda la
menor duda respecto a que, al final, se verá inclinado a asumir la misma
actitud de esos millones de mexicanos incrédulos que restan veracidad a las
encuestas y que ven en la Paradoja Peña Nieto los indicios de una mentira
colosal construida por los medios de información afines al priísmo para
emplazar con suficiente anticipación la justificación de otro golpe a la nación
en este 2012.
Y usted no necesita ser muy exhaustivo en la
revisión de nuestra experiencia histórica para resolver esta cuestión. Basta
con que se remita a los sucesos de 2006 que dieron lugar a un fraude electoral
colosal. Y poco importa el intentar aducir aquí la necesidad de traer a cuentas
hechos concretos que fundamenten el argumento del fraude. Tarea imposible, toda
vez que, en estricto sentido, aquello se trató de un golpe de estado mediático.
La política es percepciones. Y el hecho relevante es que una inmensa mayoría de
mexicanos comparten desde entonces la percepción de que dicho fraude electoral
existió, y que la inmensa mayoría de los medios de información y de las casas
encuestadoras colaboraron en él, ya bien activamente, o ya bien guardando
silencio. Y si en aquella ocasión estos agentes carecieron de veracidad toda
vez que mintieron o fueron indiferentes a la verdad, vale que se haga una
pregunta y la responda asumiendo la postura de un hombre sensato: ¿hay razón
para creer que esta vez será diferente?
Yo solamente puedo decirle lo siguiente: el
hombre sensato que sabe a qué atenerse, no se da el lujo inútil de repetir la
historia dos veces.
Dediqué buena parte de mi vida a la
realización de estudios sociales. Conozco el medio y sé de lo que le hablo. Y
fundado en esa experiencia, puedo decirle que creo con firmeza que esos
millones de mexicanos que no creen en las encuestas que fabrican la Paradoja
Peña Nieto, son los mexicanos más sensatos en este país en los tiempos que
corren. Creo que de ellos y su fortaleza a la hora de luchar contra este engaño
monumental, depende el futuro de esta nación.
Buen día.
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