Egoísmo y decadencia:
El sentimiento moral está en el
fundamento del sentido de responsabilidad de los hombres. El sentido de
responsabilidad puede estar apuntado a Dios, a la humanidad o a la sociedad, y
es la materia prima desde la cual se construyen los hilos de conexión
comprensiva entre los hombres que se juntan para hacer vida en común y que
luego dan forma al Estado. Es, pues, la constricción de la responsabilidad y la
obligación en los hombres lo que permite ajustar sus libertades para hacer
posible la vida en común, en sociedad. Del sentimiento moral derivan también
las ideas modélicas o creencias que nos sirven como fines al nivel de
comunidad: hombre perfecto, sociedad perfecta. Y esas ideas o creencias
modelan, a su vez, costumbres y hábitos sociales que nos llevan al conato de
poner en acto las ideas modélicas para hacer posible el progreso. De este modo, concebimos al
progreso como avance hacia la perfección.
Costumbres, hábitos, fines en
común, valores como: Nación, país, y todos los productos derivados de los
sentimientos morales nos hacen previsibles ante los demás, lo cual abona espíritu
de cuerpo a la comunidad. Y llegamos así a un producto final que mana del
sentimiento moral llamado: Multitud con voluntad unificada, un pueblo.
Es difícil saber si en México
alguna vez existieron sentimientos morales en acto y un pueblo en desarrollo.
Pero lo que sí sabemos son dos cosas. Primera, que hubo tiempos pasados en que
la gente postulaba la importancia de los sentimientos morales de manera más enfática,
no solo en el discurso, sino también en los hechos. Segunda, que hubo un tiempo
en que a los mexicanos se le empezaron a expropiar esos sentimientos morales.
Esa expropiación del viejo
sentimiento moral se da sobre todo desde la llegada de la nueva cultura
económica del neoliberalismo en la década de los ochentas del siglo pasado. No
fue una expropiación gratuita porque no dejó un vacío en la conciencia de cada
mexicano, porque el sentimiento de responsabilidad ahí sigue. Sin embargo, lo
que sí cambió esa expropiación neoliberal fue el objeto de la responsabilidad:
Pasó del objeto llamado sociedad al objeto llamado individuo, Yo. Y es así que,
bajo el imperio de esa ética neoliberal, el mexicano ordinario ya no posee
ningún sentido de responsabilidad para con la sociedad, con los otros, y sí
solo para consigo mismo. Los hilos con los otros se han roto.
La ética neoliberal es muy llana,
muy simple. Gira solo en tono a dos máximas: Si quieres ser feliz, da rienda
suelta a tu egoísmo. Tu felicidad hará posible la felicidad de los otros sin
que jamás tú te ocupes de esos otros. No se explica jamás cómo es que la
felicidad individual hace posible la felicidad del colectivo, pero así lo
postulan los neoliberales.
Ese vuelco en la conciencia de
los mexicanos hacia el individualismo ha terminado por cambiar nuestras ideas
modélicas, nuestros fines y nuestras costumbres y hábitos. En efecto, de
privilegiar a la comunidad, pasamos a privilegiar al individuo, al Yo; de
privilegiar el amor al prójimo, pasamos a privilegiar al egoísmo; de
privilegiar el bien común, pasamos a privilegiar el bien individual. Y, en
consecuencia, si nuestra noción de progreso estaba clavada en el fin de una
sociedad feliz, ahora nuestra noción de progreso está clavada en el fin de mi
Yo feliz. Y el resultado de toda esta intrusión neoliberal en nuestra
conciencia moral es que hemos pasado de ser un pueblo en formación progresiva,
a ser una multitud dispersa, atomizada, pulverizada, donde los hilos conectivos
y comprensivos entre los miembros de la comunidad se han roto por completo. A
su vez, esto ha llevado a disolver en la nada, como carentes de valor alguno,
las ideas y nociones a las que apelaba el viejo sentimiento moral: Comunidad, país,
nación, sacrificio, altruismo, sentimiento de pertenencia, adhesión a los
símbolos culturales, etc.
Si la sociedad está llamada a prevalecer
sobre el individuo, que así lo creo porque el hombre sigue siendo un indigente
por sí solo, no puede sino concluirse que la intrusión de la ética neoliberal
en la conciencia de los mexicanos es una decadencia completa, toda vez que está
disolviendo los hilos conectivos y comprensivos que construyen una sociedad. Y
lo cierto es que la experiencia acumulada del día a día nos deja evidencia
palmaria en torno a los efectos decadentes de esa intrusión del neoliberalismo.
De entrada, hemos dado lugar a un
selecto club de magnates de orden global que puede ser tenidos como maestros
incomparables en el arte de rendir culto a la individualidad y su saliente
principal: Egoísmo sin freno. Y todo a costa de extraer riqueza a una multitud
de miserables. Luego, nuestra clase política oficialista ha abandonado todo
espíritu de altruismo y sacrificio. Y a este respecto, le doy solo dos datos:
Tasan su trabajo inútil con salarios de superlujo, los mejores del planeta,
mientras gobiernan a un país de miserables; y optan por sacrificar fiscalmente
a los factores de producción de este país antes que asumir ellos mismos un
sacrificio en sus percepciones y lujos, no obstante que son parte de una clase
ociosa. Luego, muchos periodistas chayoteados se dan a la tarea de mentir al
público sin el menor escrúpulo.
Esos detestables trozos de la realidad
no hacen sino mostrarnos a muchos mexicanos que han perdido sus hilos
conectores con los demás porque ya han caído bajo el imperio de su Yo y sus
exigencias. Para ellos ya no hay valores de la vieja moralidad que valgan y que
constriñan sus instintos egoístas, y por ello son víctimas de sus propios
impulsos enderezados a maximizar ganancias a costa de lo que sea, así sea a
costa de vender al país y sus habitantes.
Decadencia en el fútbol:
Aunque la intrusión de la ética
neoliberal en México ha sido feroz, no ha terminado su obra. En efecto, todavía
hay parcelas de la cultura que han sido intrusionadas solo parcialmente o que
han permanecido invictas por completo. En esos espacios invictos al mexicano
todavía "se le permite" y hasta se le fomenta eso de invocar ideas y
sentimientos que le retraen a la vieja moralidad: Nación, comunidad, bandera,
símbolos patrios, dignidad de origen. Y una de esas parcelas invictas a medias
es precisamente el fútbol.
La sustancia del fútbol es su
carácter de negocio: Si no hay negocio, no hay fútbol, así de simple. Es
negocio para jugadores, directivos, propietarios y televisoras. Y es esa parte
del fútbol, la de la oferta, la que ha dado entrada a la ética neoliberal y su
individualismo rampante. Pero si dicha invasión se ha limitado al lado de la
oferta no es porque no haya podido penetrar a la parte de la demanda, los
aficionados, sino porque no debe invadirla a fin de que el negocio marche sobre
ruedas. En efecto, el negocio del fútbol requiere que los aficionados usen de
las ideas y sentimientos propios de la vieja ética - comunidad, ciudad, país,
barrio, terruño, alma mater, bandera, himno, y demás símbolos -, porque es a
raíz de ellos que se forma la adhesión a una divisa o casaca y la consecuente asiduidad
en el consumo de fútbol.
Pero hay que decir que, en esto, hay
una manipulación perversa de los sentimientos en los aficionados a través de
los medios insertos en el negocio. Si los sentimientos de adhesión a la divisa
solo imperan en los aficionados, no sucede lo mismo en los oferentes -
jugadores y demás - porque ya sabemos que ahí solo priman el individualismo y
su egoísmo. En llano, se crean ilusiones en el aficionado, alucinaciones,
fantasmagorías, porque se cree en cosas que no tienen correlato en los jugadores.
Y lo más terrible es que las ilusiones siempre terminan en desilusión, que es
precisamente lo que sucedió con la selección mexicana de fútbol recién.
Basta con hacer un muestreo
sistemático ligero a las expresiones de los mexicanos en Twitter a este respecto
para darnos cuenta que los aficionados al fútbol han sido víctimas del
desengaño, de la desilusión, del desinfle de la ilusión mexicanista. Y es que
se han dado cuenta por enésima ocasión - es lo risible- que los seleccionados solo
se adhieren a su interés personal en el negocio del fútbol, que no trascienden
a la adhesión en torno a ideas y sentimientos del viejo esquema de moral -
México, país, nación, etc. -, pero que ellos, como aficionados, sí poseen en la
parcela del soccer.
Es evidente que los jugadores
mexicanos superan con mucho en calidad a la inmensa mayoría de jugadores de la
CONCACAF. Pero si no han dado resultados es porque no se permiten aceptar otro
gobierno que no sea su propia vanidad. Y esto no es sino resultado del egoísmo
exacerbado de los jugadores, que es algo que nos lleva a los que dijimos
arriba: La intrusión de la ética individualista en el fútbol a través del
negocio. Así que, de alguna forma, a la selección mexicana le está ocurriendo
lo mismo que le sucede a la sociedad mexicana desde los años ochentas: El
individualismo exacerbado de los jugadores mete imprevisibilidad entre ellos
hasta hacer imperar el caos en el equipo, lo cual solo conduce a la decadencia
y al fracaso. Es la prevalencia del individualismo y sus exigencias sin límites
lo que les impide lograr un espíritu de cuerpo que les permita trabajar como
una máquina de hacer goles, como un solo organismo en torno a un fin en común:
Ganar.
Minucias del fútbol:
El lector aguzado y futbolero se
estará preguntando lo siguiente: Si la ética del neoliberalismo y su
individualismo rampante ha hecho presa de los jugadores en el fútbol moderno, y
si el individualismo lleva a la decadencia de los equipos, ¿cómo es que hay
equipos ganadores en todos los niveles, desde clubes locales hasta selecciones?
Bueno, eso hay que preguntarlo a
los entrenadores exitosos que han logrado tomar a un grupo de jugadores
individualistas hasta convertirlos en una máquina de ganar. Sin embargo, y pese
a mi poco saber en esto, le aseguro que eso no se logra tratando de infundir en
los jugadores la vieja ética a fin de que abandonen su individualismo, porque
esto exigiría que esos jugadores volvieran a nacer para educarlos en la
adhesión a valores más allá del dinero y demás cosas materiales que alimentan
su quid de vida: Su interés personal. Por el contrario, creo que el espíritu de
cuerpo en los equipos ganadores en estas condiciones se logra gobernando con
autoridad indiscutible a una multitud de Yos en pugna, de jugadores que, por
defecto, son tan individualistas y vanidosos como Narciso. Y en este caso, le
aseguro que el gobierno sabio consiste en saber conducir y constreñir las libertades
de los Yos en aras del bien colectivo, del equipo.
Moraleja:
Quienes se muestran partidarios
del neoliberalismo afirman que éste y su ética individualista han roto los
hilos conectivos entre los individuos porque los sentimientos de
responsabilidad ya no son necesarios en eso de buscar el bien común. Para
ellos, es necesario que prevalezca el individualismo y su egoísmo a fin de que
construyan una maquina económica neoliberal que, siendo perfecta en su
funcionamiento, según ellos, luego ha de convertir al egoísmo en bienestar
común. En suma, para ellos solo basta que nos olvidemos de la suerte de los
demás para sumergirnos en esa máquina económica a dar rienda suelta a nuestro
egoísmo, y esa máquina, como por arte de magia, dará un producto final llamado:
Progreso y felicidad para todos.
La historia real del
neoliberalismo en México nos demuestra que las cosas no son así, que la famosa
máquina neoliberal es un mito, un cuento para niños. La realidad nos dice que,
cuando dejamos al individualismo operar sin freno, los resultados son los que
ya vemos en nuestra sociedad: Completa decadencia.
Ahora bien, el fútbol es un
fenómeno social y, como tal, puede ser tomado como un pequeño laboratorio de
conductas humanas agregadas. Y en este plano, el fútbol nos está demostrando lo
mismo que sucede en el ámbito de nuestra sociedad: Que el individualismo y su
egoísmo, cuando dejados libres, no garantizan por sí solos el bienestar y el
progreso del grupo, que en este caso es el triunfo en el deporte. Por el
contrario, lo único que garantizan es el fracaso y la decadencia, como ya vemos
sucede por estos días en la selección mexicana de futbol.
Buen día.
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