Antes de pasar a lo sustancial de
este artículo, me interesa hacer algunos breves comentarios sobre una imagen
que causó cierto revuelo en ciertos medios, pero sobre todo en las redes
sociales. Me refiero a una fotografía donde el actual gobernador de Chiapas,
Manuel Velasco, aparece montado augustamente en una silla de manos que llevan a
cuestas unos indígenas chiapanecos - ver imagen al final -. Me parece importante
la imagen porque creo que nos pone de relieve, con un caso particular, el grado
extremo de egoísmo que impera hoy en día en la clase política mexicana. Le
explico enseguida.
Cualquiera podría decir que este
acto de Manuel Velasco es inocuo y simpático. Inocuo, porque no lastima la
dignidad de nadie en virtud de que está ceñido a la obediencia de una tradición
o un uso cultural especializado de por aquellas tierras. Simpático, porque ese
ceñirse a la tradición mencionada lo pone en muy buenos términos en lo que toca
a la comprensión y respeto de esas culturas. A primera vista, esta explicación
posible lo explicaría todo y no solo liberaría a Manuel de cualquier crítica,
sino que le abonaría virtud por aquello del respeto. Sin embargo, quienes
piensan de esta forma están pasando por alto varias cosas importantes que no
les permiten ver a Manuel como lo que es en este acto: Un joven muy egoísta y
vanidoso.
La política tiene como misión
esencial el construir una sociedad que haga posible el perfeccionamiento de los
ciudadanos. En nuestro contexto actual, esto significa que la política se
aplica a construir por lo menos a un ciudadano con dignidad humana, consciente
de su valor humano y su libertad, libre de todo tutelaje externo sobre su razón
y su voluntad. A su vez, esta exigencia pone al político en situación tal que
debe mantener una actitud crítica con las tradiciones de su cultura para
conservar y respetar las que sean adecuadas para la promoción de esa perfección
en los ciudadanos y echar abajo las que no, las que promueven al hombre hacia
la condición de cosa sin dignidad humana. Ahora bien, tal vez algunos puristas
del indigenismo se escandalicen por lo que voy a decir a continuación, pero lo
siento mucho porque la verdad es la verdad.
Es evidente que este tipo de
tradiciones culturales como la que vemos en el caso de Manuel no son nada
colaborativas con el perfeccionamiento del hombre toda vez que representan
rituales simbólicos cuya significación nos retrae a los tiempos de las feroces
monarquías asiáticas y de las teocracias del mundo antiguo. Son tradiciones
trasnochadas que nos ponen de golpe y porrazo ante un monarca moderno con su
partida de esclavos muy puestos a su servicio. Supongo que el lector no
requiere de más trabajo en esta parte si tan solo pone la vista en el hecho de
que la actuación de Manuel y los indígenas en esa foto se ciñe completamente a
esas típicas escenas hollywoodenses donde los patricios romanos o los faraones
egipcios eran llevados en sus sillas de mano por una turba de esclavos entre la
muchedumbre del pueblo que los vitoreaba.
En la imagen estamos viendo un
acto con tremenda significación negativa para nuestra noción de hombre moderno:
Respeto y obediencia absolutos; y cuando digo absolutos, quiero decir
incondicionados. En efecto, aquí ya estamos presenciando una tradición que
ningún hombre moderno que aspire a la perfección debe practicar o tolerar en su
práctica si es que es cierto que pretende la autonomía de razón y la libertad
como ideales en la historia de una sociedad. Y si esto no es tolerable en un
ciudadano ordinario, menos lo será en un político de relieve como Manuel. La
situación es todavía más grave porque nos queda clarísimo que esto que hacen
los indígenas tampoco responde a un legítimo acto de respeto y obediencia. En
el fondo, todos sabemos que esto es un producto genuino del brutal e inhumano
clientelismo al estilo PRI ejercido desde siempre en esas comunidades y que
solo lucra con la miseria de la gente.
Manuel tuvo en esta ocasión la
oportunidad de mostrarse como un político de gran talento si, además de
desistir a participar en semejante acto, se hubiera dado tiempo para
reflexionar con los indígenas sobre este asunto en los términos apuntados
antes. Le aseguro que si esto hubiera sucedido, los indígenas, lejos de
sentirse lastimados por el rechazo, hubieran visto en Manuel, ahora sí, a un
líder importante y a un político con vuelos humanistas porque éste estaría
cumpliendo con su misión en la política. Pero las cosas no fueron así. Las
cosas sucedieron por la vía del escándalo y la ignominia.
Es evidente que este acto ha
servido a Manuel para promoverse en los medios como un gran líder que es amado,
respetado y obedecido ciegamente por su pueblo a sabiendas de que se vale de
una tradición negativa que debiera frenar si es que realmente desea el
perfeccionamiento de esos seres humanos que le acompañan. En estas
circunstancias, nos queda claro que para el tremendo Manuel esos seres humanos
son medios o cosas útiles para su fin consistente en promoverse como gran líder
con la vista puesta para las presidenciales del 2018. Y esto, créame, es un
acto genuino de egoísmo extremado. En efecto, con esto nos queda claro que
Manuel permanece atrapado en su limitado corral de egoísmo, preso de sus
vanidades y deseos, lo cual no le permite trascender más allá hacia la
categoría de verdadero político. En suma, estamos ante la presencia de un joven
egoísta y vanidoso que nos demuestra lo que ya sospechamos todos de él: Que es
un producto chatarra de la televisión.
No sé si Manuel crea que es digno
de dicho respeto y obediencia absolutos por parte de ese grupo tribal o etnia
que, lejos de tener cualquier fundamento real y meritorio en lo ético para
ellos, sabemos que solo es un producto teatral del clientelismo priista. Por lo
que veo en la imagen, supongo que él, Manuel, sí se cree digno de eso porque no
se le ve muy presionado por estar ahí que digamos. Antes bien, se da tiempo de
saludar muy sonriente a los que él seguramente tiene en sus adentros como sus
vasallos y esclavos, mientras es llevado en su silla de manos por las callejas
polvosas de su reino. Y confieso que me preocupa mucho esto porque temo que Manuel
pueda llegar al extremo de la autosugestión que sufrió el pillo Daniel Dravot
en el cuento de Rudyard Kipling titulado "El hombre que quería ser rey",
y que luego fue puesto en el cine por John Huston. En efecto, si Manuel va
demasiado lejos en este juego televisivo puede sucederle lo mismo que le pasó a
Daniel Dravot: Comprometerse tan a fondo con su papel teatral que termine
creyendo que en verdad es heredero de Alejandro Magno, o por lo menos de
Cuauhtémoc. Y si este fuera el caso mañana, si Manuel se perturbara tanto que
llegara a creer que México es el reino perdido de Kafiristán que ha de
conquistar con astucias propagandísticas, bueno ni modo, ya lo perdimos, y por
lo menos nos consolaría saber que ya tendría a su Roxana - Anahí - y solo le
faltarán su socio de andanzas Peachey Carnehan y su subalterno Billy Fish.
Le confieso al lector que este
suceso me impulsó a jugar un tanto con mis reflexiones. Algo sé de edición de
imágenes en Photoshop y de dibujo 3D. Así que todo esto finalmente me llevó a
editar la fotografía de Manuel Velasco para tratar de esclarecer lo que con
toda probabilidad pasaba por la imaginación de este hombre en esos momentos en
que se tomó la gráfica. Le regalo al lector a continuación el resultado de ese
intento de comprender la imaginación rebosante de Manuel Velasco en su marcha
hacia el Valle de los Reyes en Egipto para inspeccionar la construcción de su
tumba real. Y si este fuera el caso, solo nos faltaría que Manuel Velasco
asumiera el nombre de su antecesor más notable, Akenatón, aunque algo
modificado, como: "Akenalgón" I de Chiapas. Sería el colmo de los
colmos.
Espero le guste la edición.
Ahora sí paso a la sustancial de
este artículo: Feliz Navidad a usted y a su apreciable familia.
Buen día.
Puede leer este artículo también en el diario digital mexicano SDP, donde regularmente publico los trabajos o artículos que usted ve en el acervo de este blog.
También le doy enlace a mi página
de Facebook:
0 Comentarios