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Trump at ISU, 1/19/2016, By Alex Hanson from Ames, Iowa |
1.- Sobre el nacionalismo profético:
Entendemos como pueblo a toda comunidad humana caracterizada
por la libre voluntad de los individuos que la componen para vivir bajo el
mismo orden coercitivo acordado. Este concepto es muy antiguo y siempre estuvo
ligado a los ideales cosmopolitas que nos vienen desde la época helenista. Se
le menciona ya en algunos tratados de Cicerón, pero alcanzó su apogeo en la
Ilustración, sobre todo en el siglo XVIII. Sin embargo, empezó a ser olvidado
desde que Montesquieu introduce el innovador concepto de "espíritu nacional"
en su libro "El espíritu de las leyes", en el año de 1748, y con el
cual pretendía designar el carácter fundamental de un pueblo en cuanto
resultado de factores relacionados a la naturaleza - raza, clima, geografía,
etc. - y a la tradición. Y es a partir de aquí que se acuña el concepto de
nación.
El concepto de nación designa a toda comunidad humana
caracterizada por nexos de identidad conectados exclusivamente a la tradición,
que son los valores de interés para un grupo humano contenidos en nociones como:
raza, religión, arte, ciencia, tecnología, filosofía, lengua, sistema moral,
leyes, costumbres, usos, etcétera -. De esta forma, y a diferencia del pueblo,
que no existe sino por la libre voluntad de sus miembros, la nación nada tiene
que ver con la voluntad de los individuos y se constituye como un destino que
pesa sobre los individuos de una comunidad humana y al cual no pueden
sustraerse si no es con la deserción o la traición.
Por desgracia, la innovación conceptual de Montesquieu, lejos
de traducirse en algún perfeccionamiento teorético y práctico, fue dando lugar
a anacronismos y prejuicios especulativos que socavaron los ideales
cosmopolitas que habían estado ligados al concepto de pueblo, y que a la postre
resultaron muy peligrosos y nocivos para todo el mundo. La tormenta de
anacronismos y prejuicios llega básicamente con Hegel y su obra Filosofía de la
Historia, durante la restauración posnapoleónica. Para Hegel, cada nación tiene
su espíritu - carácter - que es determinado por su tradición. Ese carácter se
constituye con la vista puesta en el modelo ideal, que no es sino el Espíritu
divino, la razón absoluta o Dios, y que gobierna los destinos de la historia
del mundo. A su vez, las naciones se distinguen por el grado en que han
avanzado en la realización de ese modelo ideal, y cada cierto tiempo un
espíritu nacional - una nación determinada - se aproxima más que otras al
Espíritu divino o Dios hasta que termina por encarnarlo. Y cuando esa nación
determinada ya encarnó a Dios, entonces ya está cumpliendo su destino, el cual
ha sido determinado por Dios: servir de guía y gobierno de las demás naciones
del mundo.
Lo que sigue en la tormenta de anacronismos y prejuicios es
una consecuencia de lo sembrado por Hegel: la exaltación de la fuerza. Llegamos
así al tiempo de las doctrinas o apologías del nacionalismo de cuño hegeliano
que exaltaban a la fuerza o la violencia, y donde brillan personajes como Jules
Michelet, con su libro El pueblo, Fichte, con sus Discursos a la nación
alemana, y Heinrich Von Treitschke, quien era un entusiasta apologista de
Bismark y Guillermo II. En esencia, toda esta oleada de doctrinas y apologías
de la violencia afirman que la fuerza victoriosa que una nación ejerce sobre
las demás naciones hasta triunfar sobre ellas y someterlas a su gobierno, es el
signo del privilegio y favor que Dios ha decidido en favor de esa nación en la
cual se ha encarnado - gracia divina -.
2.- Los prejuicios y males del nacionalismo profético:
Es así como llegamos a uno de los inventos más peligrosos en
la historia del pensamiento humano, y que permanece vigente hasta nuestros
días: el nacionalismo profético. Pero lo cierto es que Hegel comete un serio
anacronismo en esto porque retoma ideales medievales y hasta premedievales -
San Agustín de Hipona -, ya superados para ese entonces, para exaltar al Estado
nacional y su fuerza. A resultas de esto, y por vía de meras especulaciones, afirma
temerariamente dos cosas, según hemos visto: el "espíritu general" de
Montesquieu no es una idea, es un sujeto existente y se identifica con Dios, y la
historia está regida por la Providencia de Dios, con lo cual ya tiene carácter
fatalista: todo en la historia está determinado de antemano, incluso la nación
que habrá de encarnar a Dios para gobernar a las demás naciones.
En efecto, todo lo que viene a partir de Hegel se trata de especulaciones
sin fundamento objetivo alguno. Aquí los principios se postulan pero no están
demostrados objetivamente. Y de usted depende el asentir o no con esos
postulados. En el peor de los casos, estamos hablando de apologistas ocupados
en la defensa y justificación de grupos de poder nacionales, como es el caso de
Heinrich Von Treitschke. Pero se trata de teorías, doctrinas y apologías que,
ya puestas en la profesión de la política, se convierten en un manantial
fecundo de prejuicios muy peligrosos y abyectos porque obliteran el progreso
moral de los hombres hacia la integración universalista, alientan la violencia,
socavan las posibilidades de la paz, y porque hacen uso indebido de muchos
valores humanos, como es la verdad. Y tómese en cuenta que dichos peligros no
han quedado en simples amenazas porque sabemos que las guerras que siguieron al
surgimiento del concepto de nación, incluyendo las dos grandes guerras del
siglo XX y las que se acumulan hasta la fecha, se han realizado enarbolando la
bandera del nacionalismo, a veces con su perfil profético, y en detrimento cada
vez más del ideal cosmopolita.
Como es ya evidente, la historia del nacionalismo profético
es un gran absurdo porque lo que empezó como una innovación conceptual con un
genuino interés científico- el espíritu nacional de Montesquieu -, terminó
siendo una doctrina que intenta racionalizar lo irracional valiéndose de
multitud de prejuicios muy peligrosos y abyectos que sólo añaden nuevos
pretextos y justificaciones para las guerras entre los pueblos y para el
imperialismo.
3.- El nacionalismo profético en EUA:
Tal como ocurre con todos los grupos humanos que han tenido
aspiraciones hegemonistas en la historia, la tradición norteamericana tiene su
lado luminoso y su lado sombrío. Su lado luminoso - razón, moral, orden - nos
llegó a asombrar con logros jamás vistos en la historia de la humanidad:
industrialismo, viajes espaciales, sueño americano, etc. Pero su lado sombrío -
irracionalidad, voluntad de poder - también nos estremece de horror con sus
hechos consumados: imperialismo, guerras, constricción a la libertad y dignidad
humanas, etc. Y es precisamente en ese lado sombrío donde encontramos su pasión
por el nacionalismo profético como justificación de su voluntad de poder. Y si
la convicción de los norteamericanos en el nacionalismo profético es tan
grande, al grado que podría decirse que casi todos ellos son devotos adherentes
de dicha doctrina, no es sino porque su proceso de casi 200 años hacia la
hegemonía global, que va desde la doctrina Monroe y sus dos corolarios hasta la
era Reagan, se reflejó en crecientes e inmejorables recompensas económicas y de
bienestar doméstico para todos ellos.
Es fácil discernir la fuerte convicción de los
norteamericanos en el nacionalismo profético. Para eso sólo basta poner la
vista en el discurso y las actitudes habituales de sus políticos. En efecto,
ellos siempre le recuerdan al mundo que EUA es una nación excepcional, lo cual
equivale a afirmar que su tradición nacional trasciende al resto de tradiciones
nacionales del mundo porque es mejor y superior a ellas. Como es obvio, con
esto ya dejan implícita una verdad inapelable para ellos: las tradiciones del
resto del mundo, y los acuerdos que entre ellas puedan surgir, deben ajustarse
a las exigencias arbitrarias de la tradición norteamericana. Pero como la misma
dictadura global de su tradición deja en claro que la voluntad de las demás
naciones es débil, se aseguran de darle eficacia afirmando y poniendo en vías
de hechos su resuelta disposición a la aplicación de la fuerza militar a toda
aquella nación que rehúse a ceñirse a las exigencias de su tradición nacional.
También están convencidos de que la fuerza victoriosa de su nación es el signo
decisivo de su excepcionalidad, superioridad y carácter ejemplar. Y para
cerrar, suelen enfatizar en sus discursos para la política interna la supuesta
unión de EUA con Dios, y gracias a la cual, según ellos, éste le ha concedido
el privilegio de nación elegida para gobernar al mundo: En Dios confiamos.
Ahí tiene usted al nacionalismo profético insertado en la
tradición norteamericana. Y por supuesto que se trata de más siquiatría
aplicada, aunque esta vez administrada por EUA al resto de naciones del mundo:
es el arte de explotar con fines particulares - los intereses de EUA - un
cúmulo de prejuicios - el nacionalismo profético -.
4.- Donald Trump y el nacionalismo profético.
Pero EUA empezó a reportar desde la era Clinton una
declinación en su hegemonía, con sus graves consecuencias económicas añadidas,
y que parece ser irreversible si las cosas no cambian en ese país. Esto se ha
reflejado en una reacción de descalabro en los norteamericanos, con lo cual
quiero decir que se sienten derrotados y aturdidos, y sin poder encontrar una
salida a sus problemas en su situación actual. Su percepción a este respecto es
de que las cosas andan mal con el espíritu o carácter de su nación y que se
requieren cambios radicales que apuntan hacia el retorno a la más genuina
tradición norteamericana. Y es aquí donde entra en escena Donald Trump.
Es claro que Trump captó perfectamente bien eso que pasa en
la subjetividad de los norteamericanos en estos tiempos de crisis y decadencia
toda vez que se ha insertado en la carrera presidencial construyendo una
mitología política para la restauración de EUA en su más genuina tradición y en
torno al eje ideogenético del nacionalismo profético. Y es muy fácil apreciar los
rasgos principales del nacionalismo profetizante en el discurso de Donald
Trump.
El problema fundamental de EUA - dice Trump - radica en la
perversión del espíritu o carácter nacional que se debe, sobre todo, a la
desviación de muchos norteamericanos notables con respecto a la genuina
tradición norteamericana. Para Trump existen tres culpables principales en este
problema: la clase política, los empresarios especuladores y los latinos
ilegales. Políticos y especuladores son culpables por su desviación respecto de
los genuinos valores que deben regir sus actividades; en tanto que los latinos
ilegales son culpables porque su veneno cultural pervierte a la genuina
tradición norteamericana - esta expresión de racismo ya la analizamos en el
artículo anterior -. Por lo demás, la solución de Trump a este problema es la
restauración del espíritu nacional en los valores de la genuina tradición
norteamericana. Y como es obvio, dicha solución restauradora no cuenta con los
latinos ilegales. Con respecto a ellos la única solución es su expulsión
inmediata del país.
Ahora bien, cada vez que Trump está frente a un auditorio de
cristianos protestantes se encarga de subrayar que la perversión del espíritu
nacional se debe al alejamiento del Establishment con respecto a los valores
cristianos de la genuina tradición norteamericana. Por supuesto que esto tiene
un alto sentido estratégico porque se sabe que la mayoría de cristianos
protestantes de aquel país, y que son mayoría según religión, no están de
acuerdo con la gestión de Obama al grado de que afirman que Dios no está en la
Casa Blanca por el momento. Y vaya que la estrategia le ha dado excelentes
frutos a Trump. Se sabe que encabeza las preferencias entre los cristianos
protestantes en EUA. Hace días Trump convocó a poco más de 30,000 protestantes
en la ciudad de Mobile, Alabama, y algunos medios de comunicación presentes
reportaban que las expresiones frenéticas de los asistentes eran cosas como: "Thank
you, Lord Jesus, for president Trump". En efecto, sucede que esa mayoría
de cristianos protestantes piensan por ahora que Dios volverá a la Casa Blanca
si Trump gana las elecciones presidenciales.
Ahí tiene usted en pleno al nacionalismo profético en el
discurso y las actitudes de Donald Trump. Se trata de un enfoque muy potente
porque el concepto de tradición, con la enorme cantidad de valores que
contiene, le ofrece a Trump un manantial fecundo de elementos para criticar,
culpar, controvertir y proponer soluciones. Tantos grados de libertad tiene
Trump aquí, que ha llegado al refinamiento de tomar como blanco de crítica a
los latinos que no hablan la lengua oficial en suelo americano. Y le aseguro
que son acciones que tienen buen efecto persuasivo entre los norteamericanos de
cepa.
5.- Donald Trump: el Yankee restaurador.
De cierto que todo cambio histórico en una sociedad postula
su mitología política orientada a la rápida renovación parcial o total de la
tradición. Esto lo tiene claro Trump toda vez que está ofreciendo una mitología
política que capta bien lo que ocurre en la subjetividad de los norteamericanos
en torno al problema de su nación: decadencia nacional y la necesidad de una
restauración. En general, no falta nada en esa mitología de Trump. Está el
precedente - el estatus de país hegemónico -, el programa político para la
restauración de la genuina tradición norteamericana, las ideas, entre las que
destaca el nacionalismo profético, y el caudillo restaurador: Donald Trump. Y
vaya que le está funcionando por cuanto él mismo se está instalando en la
conciencia de muchos norteamericanos como el caudillo restaurador y antitético
de la clase política que ha de ofrecer la solución antidescalabro y
esperanzadora para la nación. De ahí que muchos norteamericanos empiezan a
llamar a Trump: The Ultimate Yankee.
6.- Las bondades de Donald Trump:
Pero no todo es prejuicio en el nacionalismo. Ahí hay algunas
verdades. Quite usted las especulaciones en torno a este concepto - Dios,
Providencia divina, violencia, etc. - para volver al origen con Montesquieu, y
se dará cuenta que en esto hay una gran verdad que nos dice lo siguiente: entre
más perfeccionada esté una tradición social - ciencia, tecnología, filosofía,
arte, costumbres, etc. -, habrá más posibilidades de desarrollo humano para los
individuos y su país. En este sentido, Trump, como los norteamericanos que
piensan como él, dan en el blanco cuando afirman que la decadencia de su país
se debe en gran parte a la desviación de sus políticos y empresarios
especuladores con respecto a los valores de la genuina tradición
norteamericana. En efecto, sabemos que los problemas de este país empezaron
cuando la democracia empezó a ser secuestrada por los corporativos privados,
cuando los capitalistas dejaron su industrialismo para especular, cuando
abandonaron la racionalidad del patrón oro, y cuando los norteamericanos
empezaron a consumir mucho más de lo que podían producir vía deuda. Como
consecuencia de esto, hoy tienen una economía muerta que no levanta pese a los
apoyos multimillonarios, una cuenta de pobres escandalosa y que sube,
consumidores sin poder de compra y sin ahorros, una clase política pervertida,
una deuda ya impagable, un sistema de Welfare a punto de la quiebra, y un nicho
de hegemonía global que está siendo socavado por dos potencias emergentes:
China y Rusia.
Así las cosas, me parece que Donald Trump está en lo correcto
cuando afirma que la solución para EUA es la restauración de la genuina
tradición norteamericana que tan buenos resultados les dio, al grado de
asombrarnos a todos con un nivel de pujanza económica y de bienestar general
que no tenían parangón en la historia completa de la humanidad. En efecto, eso
es lo razonable: haz lo que funciona y desecha lo que no funciona.
Si Donald Trump gana las elecciones presidenciales del
próximo año, yo no descarto que tenga éxito en su gestión y veamos de nuevo a
un EUA muy revitalizado. No lo descarto porque la mitología política tiene una
gran ventaja que es común a toda creencia y fe: es capaz de realizar sus
propias hipótesis. En efecto, si yo estoy completamente persuadido de que
haciendo A lograré B, es muy posible que lo logre aunque parezca poco razonable
por principio. Y desde luego que esto es lo que explica en gran parte el éxito
de las sociedades voluntariosas como EUA.
Algunos podrían objetar que, pese a eso, la postura de Trump
es negativa por la gran cuota de prejuicios y anacronismos que hay en su mitología
política. Sin embargo, a esto yo podría atravesar que, en estas cosas de la
actividad práctica, como es la política, importa más la eficacia que la verdad.
Y bueno, si Donald Trump gana las elecciones y el caudillo
restaurador resulta ser una mentira, entonces sólo habremos asistido a otro
episodio más de siquiatría aplicada en la política, aunque esta vez para
norteamericanos tontos.
Y eso es todo.
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