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Eneas De Troya |
La elección presidencial en México
prácticamente ya está definida en favor de AMLO. No podemos afirmar el triunfo
de AMLO con total certeza, pero si tuviéramos que apostar razonablemente
indudablemente que lo haríamos por AMLO.
La élite empresarial mexicana no está
contenta con este escenario. Tiene miedo, no por el futuro de México, como
dicen, porque eso no les importa, sino por el futuro de sus intereses de grupo.
Y muy razonable este miedo porque AMLO sigue firme en su pretensión de llevar a
México a un mundo mejor que implica el final del neoliberalismo o al menos su
atenuación. La élite tampoco le cree que a AMLO sus promesas de respetar el
estatus quo cada vez que se reúnen. No sé si AMLO le cree a la élite su promesa
de colaborar con él si gana las elecciones, pero si es político astuto debo
suponer que no le da crédito a la élite. Así que todas esas reuniones de salón
entre la élite y AMLO no son más que teatro de apariencias donde el móvil
oculto es el alarde de poder de la élite para intentar domesticar a AMLO.
Lo cierto es que, por estos tiempos, la
élite empresarial está ocupada en las sombras en tratar de evitar el triunfo de
AMLO. Y todo indica que su plan de momento es concretar un pacto de unidad
entre el PRI y PAN que los acerque a una diferencia numérica tal que los ponga
en condiciones de administrarle a AMLO otro fraude electoral y vencerlo por una
diferencia mínima, tal como ocurrió en las elecciones del 2006.
Pero ¿se atreverá la élite empresarial a
poner en marcha ese plan? Para responder a ésta y otras preguntas, invito al
lector a que echemos un vistazo rápido a una historia reciente. Eso nos ayudará
a entender lo que ocurre en nuestro país y a saber lo que ocurrirá con máxima
probabilidad.
Nuestra dependencia política con respecto a EUA:
Si queremos entender lo que está ocurriendo en
la política de nuestro país en estos momentos tenemos que reconocer una
realidad por mucho que nos pese: EUA siempre ha sido un factor determinante y
muy significativo en nuestra vida política, directa o indirectamente. Cuando EUA
interviene en nuestra política indirectamente lo hace actuando al menos como
esa sanción moral que requiere toda elección presidencial para ser legítima y
que dé lugar a su vez a un gobierno funcional en este país. Y lo cierto es que
esta realidad no cambiará al menos por el momento.
Sobre este tipo de intervención indirecta tenemos
dos experiencias en nuestra historia reciente. Se postula que en las elecciones
presidenciales del 2006 se le arrebató el triunfo a AMLO con un fraude
electoral. A ese fraude sobrevino de inmediato una reacción de rebelión popular
espontánea. Sin embargo, la posibilidad de echar abajo el fraude electoral con
la protesta en las calles se vino abajo cuando el presidente George Bush Jr.
reconoció los resultados de la elección en México, tras lo cual se vinieron en
cascada los reconocimientos del resto de países del primer mundo. A partir de
ahí el juego se había acabado para AMLO. El lector debe recordar que en las
elecciones presidenciales del 2012 nuestros cuatro candidatos tuvieron que
presentarse en un hotel del D.F. ante el exVicePresidente de los EUA, Joe
Biden, a fin de que éste le diera el visto bueno al programa político de cada
uno de ellos y según las exigencias del programa norteamericano para México. Otra
vez quedaba claro que EUA tiene un poder de determinación colosal sobre nuestra
vida política. Es tal como si nuestra democracia fuera un experimento
controlado desde Washington D.C.
Pero el poder del imperio ha cambiado de manos, y con ello las reglas del juego:
México no es un caso excepcional. Lo cierto
es que lo mismo ocurre con todo país que cae en el amplio campo de poder de los
EUA. Y no fue sino por este poder del Estado norteamericano que la élite
empresarial multinacional se lo apropió hace más de 30 años como palanca
financiera, política y militar de su programa neoliberal a nivel global. Y esta
apropiación se hizo posible porque la clase política norteamericana es tan o
más corrupta que la mexicana, de tal forma que solo fueron necesarias paladas
de dólares para ponerla al servicio del lobby de las multinacionales. Creo que
nadie ha descrito mejor el resultado de esta connivencia que el vate del rock
Neil Young cuando dijo lo siguiente: La democracia norteamericana está
secuestrada por las corporaciones privadas.
Es por lo anterior que el yanqui ordinario
tiene una noción muy negativa de sus políticos, que los ubica en peor condición
moral que las putas y los peores felones, y a los cuales llaman: El UNIPARTY. En
esto los yanquis y nosotros vamos de la mano, puesto que también tenemos una
noción negativa de nuestros políticos de sistema, los llamados: PRIAN.
Bien, hacia el año 2015, y con el fin de
procurarse la continuidad del control político, esa élite multinacional había
planeado un juego de ganar-ganar en las más recientes elecciones presidenciales
de EUA. Su plan era instalar en la competencia electoral a dos miembros del
UNIPARTY, Hillary Clinton por el Partido Demócrata y a Jeb Bush por el Partido
Republicano. Pero fueron muy idiotas en el cálculo, de tal modo que se metió al
juego un outsider, un agente extraño a la élite y al UNIPARTY, y no controlable
para ellos: Donald Trump. Ya hacia principios del mes de marzo de 2016 se
habían prendido las alarmas en la élite multinacional con el ascenso electoral
de Donald Trump. Fue en ese momento que algunos de los principales magnates
norteamericanos y políticos del UNIPARTY se reunieron en una isla resort de las
costas de Georgia para deliberar en torno al problema que planteaba Donald.
Para ese entonces su preocupación ya no era entender a Trump, sino encontrar la
manera de evitar que ganara la candidatura del partido Republicano y la
presidencia de los EUA. Y por supuesto que esta alarma era razonable porque
Trump sostenía y sostiene un programa político de contradicción con respecto al
neoliberalismo, y que no es sino el famoso América First. Pero como ya sabemos,
ni las alarmas ni las conspiraciones surtieron el efecto deseado porque Donald
Trump ganó las elecciones presidenciales y está cumpliendo su programa.
El primer resultado del triunfo de Donald
Trump en las elecciones presidenciales fue que la élite multinacional perdió el
control del Estado norteamericano. El control pasó a manos de Trump. La esfera
de influencia de la élite quedó reducida a los políticos del UNIPARTY en el
Congreso de los EUA. Pero ocurre que incluso en esa esfera reducida sufren
descalabros porque la base republicana está castigando a los congresistas
republicanos UNIPARTY en las elecciones internas o primarias rumbo a las
elecciones intermedias de noviembre de este año. Y si esta tendencia sigue, la
élite podría perder toda influencia en la fracción republicana del Congreso de
los EUA.
La Cámara de Comercio de los EUA ha sido la
principal lobbista de la élite multinacional en aquel país. Hasta antes de
Donald Trump ese organismo privado tenía el control de la agenda económica y
comercial del Estado norteamericano. Pero con Trump las cosas han cambiado
radicalmente. Ahora Tom Donohue, el presidente de la Cámara de Comercio, ya no
tiene asiento en la mesa de planeación y negociación del programa económico y
comercial. Ahora son Donald Trump y su equipo de negociadores los que llevan el
control absoluto de la agenda en los dos departamentos y de la monstruosa
palanca de negociación norteamericana, y con todo apuntado a la realización del
América First.
Este asalto al poder del Estado por parte de
Trump está desbaratando progresivamente al viejo orden neoliberal en el mundo
para sustituirlo por un nuevo modelo enfocado al concepto de nación. Este
proceso de sustitución de modelo está avanzando en diferentes regiones del
planeta, pero dejaré para otro artículo el desarrollo de este tema. Por el
momento, y para constatar que esto está ocurriendo, me basta con citar una
expresión del discurso que lanzó Donald Tusk, el presidente del Consejo de la
Unión Europea, al terminar la más reciente reunión del G7. Nos dice Tusk lo
siguiente: "Lo que más me preocupa es que las reglas del orden mundial
están siendo desafiadas, no por los sospechosos habituales, sino por el
arquitecto y garante: EUA."
La ruina de la élite empresarial mexicana:
El lector puede apostar a seguro que México
está en la lista del Estado norteamericano sobre los enclaves neoliberales a
destruir y a ser suplantados por un modelo nacionalista. Por supuesto que la
principal afectada con esto será la élite empresarial mexicana. Y vaya que ya
estamos viendo el exordio del derrumbe en lo económico y político.
En las “negociaciones” del TLC EUA tiene en
jaque mate a la élite empresarial. Con sus agresivas acciones Trump detonó
fuerzas de mercado que apuestan en contra del TLC y a favor del America First.
Es por eso que a Trump no le urge llegar a un acuerdo. Sabe que el mercado está
trabajando por él. Y Trump tiene la carta ganadora por su apalancamiento y
porque la pérdida del TLC para él no es una fatalidad, pero para la élite
empresarial sí lo es.
La élite empresarial mexicana es solo una
subsidiaria o subrogada más de la élite multinacional y, como tales, comparten
un destino común en sus respectivos campos en las buenas y en las malas: mundo
y México. Y como la élite multinacional ha perdido el control sobre el Estado
norteamericano, entonces la élite mexicana está destinada a perder el control
sobre el Estado en México. Es una tragedia sin salida que ya está en marcha
desde tiempo atrás.
Los primeros barruntos de esa pérdida los
empezamos a ver desde que EPN invitó a los dos candidatos presidenciales de los
EUA a hablar en nuestro país en las elecciones del 2016, invitación a la cual
solo Donald Trump accedió. Lo importante es que, a partir de ese momento, EPN dejó
el tutelaje de la élite empresarial mexicana, toda vez que ésta estaba
apostando todo en favor de la candidata de la élite multinacional: Hillary
Clinton, y en contra de Donald Trump. Por supuesto que esa ruptura le costó
mucho a EPN, porque fue a raíz de esto que se hizo blanco de un bombardeo
prolongado de propaganda negativa por parte de la élite mexicana, muchas veces
simulada y mentirosa, y que terminó por mandarlo al sótano de las
calificaciones.
Un efecto de este derrumbe es que la élite
empresarial mexicana ha perdido todo poder de lobby en la Casa Blanca. Vaya, me
atrevo a creer que la Kim Kardashian o el luchador Vince McCmahon tienen por sí
solos más poder de lobby que toda la élite empresarial mexicana junta.
La gran ironía: AMLO podría ser la mejor apuesta política de EUA.
En lo que atañe a México, un escenario
cómodo para el nuevo régimen de EUA es la existencia de un gobierno que al
menos no obstaculice al programa norteamericano para EUA y el mundo. En el
extremo, el mejor escenario para Trump en México es la existencia de un
gobierno con tendencia nacionalista. Siendo así, se puede inferir con mucha
facilidad, y con máxima probabilidad, la estructura de preferencias del régimen
yanqui en lo que toca a nuestros candidatos a la presidencia de México.
Enseguida realizaré mi inferencia.
Ricardo Anaya es el candidato de la élite
empresarial mexicana y, en consecuencia, de la continuidad del neoliberalismo.
Eso lo hace, además, empleado de un grupo empresarial que está en la lista de
los enemigos políticos de Trump, porque vaya que la élite mexicana participó
muy activamente en su contra en las elecciones presidenciales de los EUA. El
compromiso de Anaya con la continuidad del neoliberalismo es tan claro que ya
fue a reportarse en marzo de este año con la última de las mohicanas del
desfalleciente neoliberalismo, la vapuleada y muy disminuida Angela Merkel. Por
su parte, José Antonio Meade representa prácticamente lo mismo que Ricardo
Anaya, con la diferencia de que no cuenta en este momento con el apoyo de la
élite empresarial mexicana.
A diferencia de aquellos dos, AMLO postula
un programa que tiene varios puntos de interés común con el America First:
nación - nacionalismo -, democracia económica, rechazo o atenuación del
neoliberalismo a ultranza. AMLO ya ha dado suficientes indicios sobre esta
comunidad de interés con declaraciones aisladas a lo largo de toda su campaña
en esta elección. Recuerdo, por ejemplo, sus afirmaciones en el sentido de que
es bueno homologar los salarios entre México y EUA, o que es bueno aumentar los
componentes mexicanos en las exportaciones hacia EUA en el marco del TLC. Pero
la declaración más significativa a este respecto es eso que dijo recientemente
en el sentido de que la posible desaparición del TLC no es una fatalidad para
México, que es una posición que emula la posición de Trump en este asunto.
Desde aquí se puede inferir con máxima
probabilidad que el vector de preferencias del actual régimen en EUA apunta
directamente hacia AMLO. Por el contrario, Ricardo Anaya y José Antonio Meade
son un problema para Donald Trump. Pero para desgracia de los dos, son un
problema completamente anulable en virtud de la monstruosa asimetría de
apalancamiento a favor de EUA. Digamos que Anaya y Meade solo implican para
Trump una deseconomía muy marginal de esfuerzo porque tendría que dar unos
martillazos más.
Pero no hay que tomar la pasión mediática negativa
contra Trump como nuestro criterio de juicio en torno a nuestros candidatos.
Ricardo Anaya y José Antonio Meade están en contradicción con Trump, no porque
representen los intereses de los mexicanos ordinarios, sino porque representan
los intereses de una subsidiaria más de la élite empresarial multinacional: la élite
empresarial nativa. Y esto lo saben los mexicanos ordinarios por sus
consecuencias negativas para México, y es por eso mismo que sus preferencias electorales
son tan exiguas.
La comunión de intereses en ciertos aspectos
entre el programa de AMLO y el America First de Trump, como es el privilegio al
concepto de nación, es resultado de un factor ineludible en la política que
favorece a algunos, en este caso a AMLO: el azar. En efecto, por un excepcional
golpe de suerte, y como un hecho inédito en la historia de nuestro país, los
intereses de una enorme mayoría de mexicanos, los que van por el cambio con
AMLO, se han identificado en parte, solo en parte, y tal vez sin saberlo, con algunos
de los intereses del actual régimen en los EUA: acabar con el viejo modelo neoliberal
y el control político de la élite empresarial, por ejemplo.
Un dilema de perder-perder para la élite empresarial mexicana:
Dicho lo anterior, se puede apostar a seguro
lo siguiente: el nuevo régimen en EUA ya no apoya a la élite empresarial
mexicana y buscará destronarla y despojarla de sus privilegios en México, lo
cual será un capítulo más en el proceso de destrucción del orden neoliberal en
el mundo. La élite podrá tener el apoyo de la Cámara de Comercio de aquel país
y los políticos UNIPARTY en el Congreso de los EUA, pero no de la parte
fundamental en este embrollo: La Casa Blanca.
Para ese efecto, veremos de nueva cuenta a
EUA intervenir indirectamente en nuestra vida política, aunque de una manera
muy novedosa: sin intervenir. En efecto, lo que hará el régimen de EUA es
soltar y dejar por su cuenta a la clase dirigente mexicana – políticos de
sistema y élite empresarial -, a merced de los mexicanos ordinarios muy
descontentos y dispuestos a llevar al poder a AMLO. Y así lo hará EUA porque sabe
que no necesita actuar para que el actual sistema en este país se derrumbe.
Sabe que lo que único que debe hacer es no estorbar y dejar que la voluntad
democrática de los mexicanos se concrete. Un indicio respecto a esto lo tenemos
en el retiro de la exEmbajadora de EUA, Roberta Jacobson, quien es parte del
UNIPARTY al servicio de la élite multinacional. Sabemos que esa posición sigue
vacante. Esto significa que no hay ni habrá señales políticas desde EUA por
largo tiempo.
En esta circunstancia, la puesta en marcha
de un nuevo fraude electoral por parte de la élite empresarial para favorecer a
Anaya o a Meade ahora sí está implicando un alto riesgo para la misma élite y
para todo el país, porque si no hay sanción moral de los EUA que respalde el
fraude electoral, habrá problemas muy crecidos en este país. Imagine el lector
lo que podría ocurrir en ese escenario y comprenderá lo que digo.
De cierto que habrá una rebelión popular si
se da un nuevo frade electoral. Es irrelevante el cómo empiece esto, organizada
o espontáneamente. Solo basta que se detone algo considerable para que eso
crezca sin control y se detonen enseguida problemas más graves en secuencia. Trump
podría atizar el conflicto con solo desconocer el proceso electivo. Vamos, con
solo llamarse a escándalo con el problema en México, Trump ya estaría echando
paladas de yesca a la hoguera de la rebelión. Pero con esto Trump ya tendría
las razones suficientes para echar abajo el TLC arguyendo la inestabilidad
política del país. Podría incluso meter más inestabilidad amenazando con
sanciones al gobierno de EPN y al electo de manera ilegítima. Y las gravosas
consecuencias de cualquiera de esas acciones ya las conocemos: el capital
foráneo empieza a volar a su nido, EUA, el peso se derrumba, viene el caos, se
atiza la rebelión…y adiós.
La élite empresarial mexicana está
enfrentada a un dilema, una situación muy comprometida con dos alternativas que
le reportan malos resultados: o por fin se deja domesticar por la voluntad democrática
de los mexicanos a través de AMLO, lo cual implicaría el sacrificio parcial o
total de su modelo y sus privilegios, o elige por un fraude electoral que
significaría la más completa ruina para ella y todos los mexicanos. Yo creo que
no se atreverán a realizar un fraude electoral. Y no porque amen a México, como
dicen, que es mentira, porque ellos solo aman a sus alforjas. No lo harán
porque, habiendo riesgos ahora sí, tienen miedo por el futuro de sus alforjas. Y
no hay diablo que trague fuego. Así pues, yo creo que se van a domesticar.
Decía por ahí hace días la columna Templo
Mayor del diario Reforma que la élite empresarial está considerando la
posibilidad de incorporarse a la oposición política si AMLO gana las
elecciones. Bueno, eso es una forma de domesticación. Y claro que sería un buen
comienzo en su aprendizaje de párvulos sobre la democracia.
Así que, si no ocurre un milagro en favor de
la élite empresarial de este país, AMLO será presidente de México.
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