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Imagen By Leonardo da Vinci |
Nota aclaratoria: Publiqué este artículo el 31 de julio de 2024 en el diario digital mexicano SDP, poco tiempo después de que ocurrió este suceso bochornoso en las Olimpiadas de París. Por lo anterior, la redacción del artículo está en tiempo presente, ya que se refiere a un hecho reciente en relación al momento de la publicación.
La ceremonia de apertura de las Olimpiadas de París provocó
una ola mundial de indignación y escándalo al incluir una puesta en escena que
pretendía emular la última cena de Jesús y los apóstoles plasmada en la célebre
pintura de Leonardo da Vinci, pero personificada por individuos LGBT+, drag
queens, y por un sujeto disfrazado como Dionisio, uno de los dioses principales
de la mitología griega. Para algunos, que en su mayoría se consideran a sí
mismos como liberales, el suceso fue solo una parodia inocente con un propósito
constructivo, como es la inclusión y la diversidad, y que no merecía tal
escándalo global; pero para la mayoría de los cristianos esto fue una grave
ofensa a Cristo y su religión.
En mi opinión, este evento olímpico fue un ataque obsceno al
arte y al mundo cristiano, así como un peligroso acto inmoral que no es menor
por sus implicaciones sociales y políticas.
Yo no he visto ningún valor estético en esta tentativa de
arte. Las drag queens me parecen personajes horrendos, de muy mal gusto y
vomitables. La horrible configuración corpórea del individuo que personificó a
Dionisio dista mucho de la hermosa condición física de ese Dios, según la
imagen que de él nos heredó la mitología griega. Ese émulo fallido de Dionisio
más bien parecía un sátiro adulterado sin cornamenta y con extremidades
inferiores humanas. Así que, en mi opinión, esa puesta en escena fue una ofensa
al sentido del gusto y al arte. Digo, a menos que alguien pretenda que lo feo y
lo vomitable tiene valor estético. Pero fin, estoy divagando y me desvío de mi
tema.
La ofensa al arte es lo de menos y no es el motivo de mi
artículo. Lo que me interesa abordar en este escrito es el inmoral ataque al
mundo cristiano constituido en esa horripilante puesta en escena. Pero, antes
de continuar, aclaro que yo creo en Cristo, mas no practico ninguna religión y
no me considero cristiano porque tengo muchos defectos y no practico el
cristianismo activo y dinámico. Mi posición respecto a Cristo y su doctrina es
más cercana a una religión natural en cuanto a las prácticas, y más cercana a
la filosofía de la acción en cuanto a la interpretación de los textos sagrados,
lo que significa que sacrifico la interpretación literal de la Biblia en el
altar de su interpretación racional. Y estoy consciente de que, en opinión de
los cristianos tradicionales, esto me convierte en una especie de oveja
rebelde, terca y tonta de mi padre Cristo. Pero pese a mis defectos y a mi
posición personal, comprendo y respeto el carácter sagrado de las creencias y
las prácticas de las diversas religiones cristianas.
Mi posición en este artículo no es religiosa, pues no
pretendo hacer aquí una defensa y apología del cristianismo, y menos una
polémica o ataque contra los enemigos del cristianismo. Tampoco pretendo en
este artículo asumir una posición moralista, es decir, no busco complacerme en
la insustancial actividad de moralizar toda la realidad de esta situación. Lo
que pretendo en este artículo es probar con razón crítica que esta puesta en
escena olímpica constituyó un peligroso e inmoral ataque al mundo cristiano que
no es cosa menor, lo que implica mi compromiso y mi esfuerzo por comprender la situación a la cual se refiere mi
juicio moral.
Antes que nada, voy a tratar de comprender la situación, o sea, las
ideas y la forma de vida de las dos partes en este problema. Empezaré por
tratar de comprender a la parte ofensora, o sea, los participantes en este
escandaloso evento olímpico (actores, creadores, organizadores, promotores, críticos
y público elogiosos, apologistas y defensores, así como organismos y
autoridades gubernamentales)
No me asombró para nada el hecho de que esta puesta en escena
se haya verificado en Francia y que sus autores y actores sean franceses
mayormente. Digo esto porque lo que hicieron encuadra perfectamente bien en el
libertinismo, que fue un movimiento filosófico antirreligioso y anticristiano
que surgió en Francia a finales del siglo XVII como continuación del
Renacimiento, pero cuyas ideas filosóficas eran muy heterogéneas, de tal modo
que no podemos clasificarla con precisión en alguna doctrina filosófica. Aunque
también surgió en Italia más o menos al mismo tiempo, puede considerarse que
Francia fue la patria del libertinismo. Este movimiento fue evolucionando desde
un libertinismo militante hasta un libertinismo erudito, y tuvo pensadores
importantes como Gassendi, Fontenelle, Bayle y otros, que ocuparon buena parte
de su actividad filosófica en la crítica racional de la dogmática y la moral
cristianas, en el escepticismo y el retorno al clasicismo griego, así como en
algunos otros temas del aristotelismo renacentista. Sin embargo, es un hecho
que el libertinismo triunfante y erudito de finales del siglo XVII (como lo
llama R. Pintard en su obra “El libertinismo erudito”) se fue degradando luego con
el tiempo hasta convertirse en la actualidad en un libertinismo vulgar y
militante desprovisto de toda base filosófica, centrado casi exclusivamente en la
aceptación del placer como guía o ideal para la conducta humana, y ocupado en
actividades políticas militantes contra todo aquel elemento cultural que
obstaculice su camino al placer expansivo y sin límites. El resultado de toda
esta degradación es que los libertinos vulgares de la actualidad se han
convertido en fecundo manantial de las más alarmantes novedades en las
sociedades humanas abiertas, dando lugar con ello a un movimiento que algunos
designan de manera genérica con el vocablo “wokeísmo”.
No me queda duda alguna respecto a que los participantes
(directos e indirectos) en esta puesta en escena olímpica pueden ser
caracterizados como libertinos vulgares, si me atengo a su puesta en escena
misma y al cinismo y la crueldad con que se justificaron tras el escándalo
global que provocaron. En todo eso hemos atestiguado la negación y desprecio de
algunos de los dogmas fundamentales del cristianismo, la traducción de
creencias y prácticas religiosas a imágenes obscenas e irrisorias, y el
escepticismo declarado que retorna al paganismo clásico (Dionisio). De
conjunto, todo eso constituye su tarea político militante contra la religión
cristiana, una institución cultural que ellos consideran como el mayor
obstáculo a su ideal y guía de vida, el placer. Y ocurre que todas esas acciones eran
características propias del viejo libertinismo francés militante y no erudito.
Tampoco me extraña que estos libertinos vulgares de las
Olimpiadas de Francia estén excesivamente sexualizados, tal como si su vida
entera girara en torno al sexo. No me extraña de ellos porque, teniendo al
placer como ideal y guía de vida (como debe hacer todo buen libertino), es
natural que hagan del sexo su pasión o la emoción que domina y define su
personalidad, puesto que sabemos que el sexo compite ferozmente con el dinero
por la corona y el cetro del máximo placer humano. En efecto, el dinero y el sexo
comparten al menos dos cualidades en común. Ambos son tentadoramente deseables,
pues si bien es cierto que los dos constituyen los mayores afanes de las
personas en este mundo, también suelen ser las dos cosas más condenables, aun
para los más reputados pensadores y escritores de la historia. Además, dinero y
sexo siempre están ocupados en el empeño de expansionarse más allá de su
función instrumental originaria: desde el intercambio de mercancías hacia la
usura o el interés, en el caso del dinero; y desde la reproducción de la
especie hacia el sexo como fin en sí mismo, en el caso del sexo. En ambos
casos, dicha expansión siempre ha dado lugar a novedades alarmantes para las
personas que están inscritas en la “normalidad” de una sociedad humana. Y en el
caso del sexo son muchas las novedades que han ido surgiendo y que han sido
consideradas alarmantes por los “normales”. El repertorio de las novedades
alarmantes en el sexo es vasto y existe desde tiempos remotos: el sexo como fin
en sí mismo con todas sus excitantes variantes (el sexo desaforado a la
Tenorio, donde importa la cantidad y no la calidad, las orgías, el intercambio
de parejas, sexo como tortura y un largo etc.), la homosexualidad y otras
variantes del sexo entre los del mismo género, el sexo como mercancía u objeto
útil y con precio imputable (prostitución, pornografía, etc.), la zoofilia, la
pedofilia, etc.
Por lo que a mí respecta, mientras esas novedades sexuales no
vulneren las leyes acordadas en una sociedad determinada, ni vulneren normas
morales que han demostrado ser eficaces, no estoy en contra ni a favor de
ellas, y más bien trato de abordarlas con pensamiento crítico. De igual forma,
respeto ese empeño expansivo del sexo porque, a final de cuentas, los que
practican estas cosas están ejerciendo su autonomía legislativa y su libertad
de pensar y hacer. Sin embargo, creo firmemente que debe haber limites a esa
libertad para que la convivencia pacífica, previsible y constructiva se haga
posible en las sociedades humanas, como veremos más adelante.
Ahora vamos a tratar de comprender la situación de los cristianos.
Como ocurre con casi toda religión (hay religiones ateas), la religión
cristiana es la creencia en una entidad divina llamada Cristo como una garantía
sobrenatural para la salvación del hombre, acompañada con mucha frecuencia de prácticas
(actos o usos del culto) dirigidas a obtener y conservar esa garantía
sobrenatural: plegarias, ritos, servicios a Cristo, etc.
Para los cristianos, la garantía sobrenatural de su salvación, que es
Cristo, y todo lo concerniente a dicha garantía, es sagrado. En este caso lo
sagrado lo define la dogmática acordada en base a la doctrina de Cristo y sus
interpretaciones institucionales y que conforman una doctrina, y tiene el doble
carácter (positivo y negativo) de lo santo y lo sacrílego, o como lo diría R.
Otto en su obra “Lo Santo”, tiene el doble carácter de lo fascinante y lo
tremendo. Lo santo, o lo sagrado positivo, es aquello que está prescrito por la
doctrina, en tanto que lo sacrílego es lo prohibido por la misma doctrina.
Ahora aclaremos los criterios de juicio que servirán a mi análisis.
El objeto de toda moral (y de toda ética o tentativa de ciencia de la
conducta humana) es disciplinar y dirigir con normas la conducta humana, y su
propósito es hacer posible la convivencia pacífica, predecible y constructiva entre
las personas en una sociedad. Para que la moral sea eficaz en su objeto y
propósito debe ser
simétrica. La exigencia de la simetría está expresada con llaneza y absoluta
claridad en la doctrina de Cristo: no hagas a otros lo que no deseas para ti.
El mismo principio cristiano de simetría es de importancia fundamental en la
ética mejor lograda que nos heredó la historia del pensamiento humano, y que es
la de Emmanuel Kant. En efecto, en esta ética el principio fundamental de los
imperativos categóricos de la conducta es la simetría en el reconocimiento de
la humanidad, y su dignidad inherente, en todos los seres humanos como en uno
mismo.
El principio de la dignidad humana se encuentra en el segundo
imperativo categórico de Kant: "Obra de manera de tratar a la humanidad,
tanto en tu persona como en la persona de otro, siempre como un fin y nunca solo
como un medio.” En efecto, la dignidad humana consiste en el reconocimiento de
que todo ser humano es, además de un medio, también un fin en sí mismo, y que
es ese carácter de fin en sí mismo lo que le dota de un valor intrínseco que es
superior a todo precio que hayan inventado los hombres. En este sentido, la
dignidad de un ser humano consiste en su autonomía legislativa, lo que
significa, entre otras cosas, que ese ser humano está facultado para solo
aceptar y obedecer aquellas cosas que él mismo haya instituido o con las cuales
haya asentido o consentido (leyes, normas, ideas, doctrinas, opiniones,
creencias, acciones, etc.)
Dado que el reconocimiento de la dignidad humana es condición
del comportamiento moral, queda claro que éste incluye el respeto a las
creencias y valores a los cuales da su asentimiento voluntario el “otro”, donde
el “otro” incluye a cada persona de este mundo humano con independencia de su
raza, nación, etnia, religión y cultura o forma de vida.
Los libertinos vulgares y su ataque inmoral al mundo cristiano:
Como ya queda claro, la puesta en escena de marras introdujo
caprichosamente en un hecho histórico real para los cristianos, como es la
última cena de Cristo y sus apóstoles, signos y comportamientos humanos (sobre
todo sexuales) que son considerados inapropiados o prohibidos por la doctrina cristiana:
personajes y personas LGBT+ y a un dios de la religión pagana clásica
(Dionisio), por decir lo menos. Se trata de un acto que desacraliza y ataca a
la religión cristiana (creencias y prácticas), en tanto degrada, deforma y
ridiculiza al objeto de la garantía sobrenatural de salvación de los
cristianos, que es Cristo, hasta traducirlo en una imagen obscena, grotesca, horrible,
y que solo es bella, significativa e irrisoria para los enemigos del
cristianismo, como son los libertinos vulgares.
Ningún cristiano que tenga sentido de dignidad humana ha de
consentir o asentir con esta desacralización ofensiva de su objeto de garantía
sobrenatural de salvación (Cristo). Y bajo esa premisa, podemos concluir que
estos libertinos vulgares han cometido también un acto inmoral, puesto que su
ataque mismo implica que no reconocen la existencia de la dignidad humana en
los cristianos, y los asumen solo como sus medios útiles para la puesta en
escena de su grotesca y ofensiva parodia de Cristo y sus apóstoles. Dicho de
otra manera, estos libertinos vulgares han desconocido la existencia de la humanidad
en miles de millones de personas que practican la religión cristiana para
convertirlas en cosas útiles a su servicio, y donde el servicio que dieron
involuntariamente los cristianos fue el ser ofendidos y ridiculizados en sus
creencias públicamente. Como puede ver el lector, no se trata de un ataque inmoral
menor, ni en cualidad ni en cantidad, que se deba pasar por alto.
La inmoralidad, el cinismo, la crueldad y la mentira de los libertinos vulgares:
Una vez que estalló el escándalo mundial por este ataque
inmoral al mundo cristiano desde Francia, los organizadores directos de la
misma empezaron con su diarrea declarativa tratando de justificarse. En
general, dichas expresiones apelaron a los principios de la inclusión y la
diversidad como justificación, pero también hubo expresiones que más bien
sabían a aceptación cínica del ataque deliberado y a crueldad apuntada a
acrecentar el daño al mundo cristiano. Repasemos algunas de las cosas que
dijeron esas personas.
El que fue director de esta tentativa artística, un sujeto de
nombre Thomas Jolly, dijo que el objetivo era celebrar la diversidad: “En
Francia, la gente es libre de amar como quiera, es libre de amar a quien
quiera, es libre de creer o no creer… Sobre todo, quería enviar un mensaje de
amor, un mensaje de inclusión y para nada dividir…Mi deseo no es ser
subversivo, ni burlarme ni escandalizar "
La portavoz de París 2024, Anne Deschamps, dijo lo siguiente:
"Claramente, nunca hubo la intención de mostrar falta de respeto a ningún
grupo religioso. Al contrario, creo que (con) Jolly, realmente intentamos
celebrar la tolerancia comunitaria…creemos que este objetivo se logró. Si la
gente se ha sentido ofendida, por supuesto, lo lamentamos mucho, mucho".
El sujeto de horrible configuración corpórea que personificó
a Dionisio, y que responde al nombre de Phillipe Katerine, dijo lo siguiente: “No
sería divertido si no hubiera polémica. ¿No sería aburrido si todo el mundo
estuviera de acuerdo en este planeta?”
Ahí tiene a la vista la asimetría de la conducta inmoral en
estos libertinos vulgares: postulan por el respeto al sistema de valores de las
personas LGBT+ (inclusión y diversidad), pero lo hacen pisoteando y pasando por
encima del sistema de valores de los cristianos. En otras palabras, reconocen a
la dignidad humana en ellos y los LGBT+, pero no así en los cristianos. Es
claro que no legislan para todos como legislan para ellos mismos.
Ahí tiene también a la vista la cínica aceptación del ataque deliberado
al mundo cristiano para detonar la jocunda discusión y riña con los cristianos,
según proclama el grotesco remedo de Dionisio.
Ahí tiene también a la vista la mentira de estos libertinos
vulgares cuando dicen que no era su intención ofender. Cualquier persona que
tenga un mínimo de conocimiento de las religiones sabe que era absolutamente
previsible que esta puesta en escena iría a ser tomada como una ofensa por el
mundo cristiano. Siendo así, debo concluir que estos libertinos vulgares
actuaron deliberadamente para ofender al mundo cristiano. Digo, es que no puedo
asumir que sean tan imbéciles como para que no hayan previsto al menos eso.
La estupidez de los libertinos vulgares:
Toda persona normal acciona en esta vida para procurarse un
bien a sí mismo, y lo hará razonablemente, es decir, eligiendo los medios que
con mayor probabilidad harán realdad su fin previsto, sin perder noticia de las
circunstancias y sus limitaciones. Pero hay cierta clase de personas que
designamos con el vocablo genérico de “estúpidos” que no siguen la regla de lo
razonable. En efecto, un estúpido es una persona que, actuando bajo cualquier
móvil que se les atraviese en el apetito (interés personal, altruismo o
maldad), elige los medios que con mayor probabilidad harán realidad su propia
ruina y la ruina de los demás. Y como el estúpido sufre con mayor intensidad de
esa enfermedad muy propia del animal racional llamada aburrimiento, y que ha
sido causa de tantos males en la historia, es muy inclinado a meterse en lo que
no le importa, potenciando con ello su capacidad para arruinarse a sí mismo y a
los demás.
Pues bien, ocurre que los libertinos vulgares que colaboraron
(directa o indirectamente) en la puesta de escena olímpica de marras, nos
dieron una muestra magistral de su gran estupidez. Veamos eso enseguida.
De entrada, Phillipe Katerine, el sujeto que personificó a
Dionisio, declaró sin ambages la enfermedad de aburrimiento que le invade y que
le llevó a meterse en lo que no le importa, esta vez contra los cristianos: “No
sería divertido si no hubiera polémica. ¿No sería aburrido si todo el mundo
estuviera de acuerdo en este planeta?”, declaró el sujeto cuando le preguntaron
los medios sobre la indignación y el escándalo que ocasionaron. Seguramente
este sujeto ya está muy feliz y agradecido con sus bienhechores (Comité
Olímpico internacional y el gobierno francés) por haberlo ocupado en algo que
mató su aburrimiento.
Volvemos a ver la estupidez de estos libertinos vulgares al
contrastar su declarada intencionalidad contra los resultados. Mientras que
ellos afirman que no era su intención ocasionar divisiones, sino que su
intención era promover la inclusión y la tolerancia, sabemos por los resultados
a la vista que solo ocasionaron una fractura más en el mundo humano: por una
parte, un puñado de libertinos vulgares festinando su inmoral ataque al mundo
cristiano, y por la otra parte el mundo cristiano ofendido. Pero los resultados
contraproducentes para los libertinos vulgares han ido más allá del conflicto,
porque ocasionaron una condena mundial contra ellos y un movimiento de boicot
que amenaza las estructuras financieras de las Olimpiadas de Francia.
Ahí tiene expuesta la gran estupidez de estos libertinos
vulgares: pretendiendo remediar algunos males de este mundo (la escasa y
precaria tolerancia), terminaron agravándolos (fractura y división a escala mundial).
Más estupidez no se puede.
Afortunadamente, la estupidez destructiva de estos libertinos
vulgares no ha pasado a mayores y se ha mantenido en el terreno de la discusión
y las condenas verbales, gracias a que los cristianos han demostrado que saben
controlar sus emociones y no han tomado este acto ofensivo como motivo de
guerra, tal como ocurre con otras religiones que evitó mencionar. Pero para
imaginarnos las consecuencias monstruosas y destructivas a que pueden conducir
estas estupideces, solo tenemos que recordar el caso de la revista Charlie
Hebdo, otro episodio del libertinismo vulgar francés lanzando ataques inmorales
a la religión del islam, y que provocó una monstruosa y lamentable masacre.
Las desastrosas consecuencias políticas para Francia, y tal vez para el mundo:
La experiencia histórica acumulada ha demostrado que la
aceptación y la práctica del teorema de la dignidad humana ha sido un principio
fundamental en la construcción de una sociedad abierta y tolerante. Por el
contrario, esa misma experiencia histórica ha demostrado que las doctrinas, las
ideologías, los movimientos culturales, los partidos y los gobiernos que han
negado o pasado por alto ese teorema solo han conseguido al final resultados
desastrosos para ellos mismos y para los demás. A este respecto solo basta
recordar la forma en que la Alemania de los tiempos de Hitler se arruinó a sí
misma y a toda Europa al atreverse a suspender el teorema de la dignidad humana
para grupos étnicos o culturales minoritarios que los alemanes de ese entonces
consideraban antirrazas. No olvide el lector tampoco que esa negación de la
dignidad humana a los grupos minoritarios en la Alemania nazi empezó también
como sátira inocente e irrisoria.
Francia se encuentra en un proceso de decadencia y caos. Está
inmersa en una larga y profunda crisis económica ocasionada por un mal gobierno
que ha aplicado ciega o acríticamente el programa globalista que le ha impuesto
el Foro Económico Mundial. El país está fracturado políticamente. El gobierno
es inestable y precario, donde unas minorías globalistas (Emmanuel Macron) e
izquierdistas (Jean Luc Mélanchon) tuvieron que aliarse para derrotar
electoralmente a las mayorías conservadoras en las elecciones parlamentarias.
Emmanuel Macron está muy deslegitimado pues parece más bien CEO del Foro a
cargo de Francia, y ha tenido que realizar batallas en tribunales contra
quienes han difundido el rumor, que ya es masivo a nivel global, en el sentido
de que su esposa es hombre transformado en mujer. El resultado de todo eso es
que, en pocos años recientes, Francia ha sido escenario de varios disturbios
populares masivos que casi adquieren ya tintes de guerra civil.
Y es en ese contexto de caos y decadencia que los
organizadores de las Olimpiadas de Francia se atrevieron a negar la dignidad
humana a los cristianos del mundo con su puesta en escena en la ceremonia de
apertura. Por supuesto que esto agrava a más y mejor la fractura política en la
sociedad francesa, y su caos y su decadencia. Y no sabemos si esta fractura
entre libertinos vulgares y cristianos se agravará y se difundirá por todo
Europa, agravando la ya de por sí caótica y decadente situación de ese continente.
Los culpables:
Sin duda alguna que el Comité Olímpico Internacional es la
causa primaria en este problema, puesto que ese organismo, en su condición de órgano
supremo en la organización de los Juegos Olímpicos, estaba en posibilidad de evitar
semejante ataque inmoral al mundo cristiano. Emmanuel Macron es causa
cooperante, porque él, en su condición de gobernante de Francia, tenía la
posibilidad de impedir ese ataque inmoral contra el mundo cristiano, pero no lo
hizo.
El líder de la izquierda francesa, Jean-Luc Mélenchon, se
pronunció en contra de esa puesta en escena, y creo que está infiriendo lo
mismo que yo, es decir, que esto fue hecho con el deliberado propósito de
ofender al mundo cristiano, y para entender esto cito parte de su declaración:
“Pero yo pregunto: ¿qué sentido tiene correr el riesgo de herir a los
creyentes? Creo que nadie podrá olvidar este espectáculo y entonces podremos
decir en qué medida su creador logró su objetivo.” Sin embargo, creo que él es también
concausa en este problema porque, pudiendo hacer algo para evitarlo, no lo
hizo. Digo, a menos que sea un político que está completamente desinformado de
los asuntos públicos que ocurren en su país. Así que este político me huele más
bien a un Judas en la grotesca y obscena puesta en escena de la última cena.
Yo jamás veo TV, y menos deportes. Así que, afortunadamente,
no soy ni seré cómplice de las estructuras financieras y políticas que dieron lugar
a este obsceno ataque contra el mundo cristiano. Y si me atrevo a publicar
esto, es porque mi creencia en Cristo me obliga a no ser tímido y timorato a la
hora de denunciar este peligroso ataque inmoral al mundo cristiano.
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